Al llegar al piso después del doce, supe que efectivamente me estaban esperando, a mí y a los otros 20 tipos que estaban en una sala de espera que olía a gimnasio. Me acerqué al escritorio y antes de poder decirle algo a una secretaria con pésimo peinado y peor actitud, me preguntó qué puesto estaba solicitando y le dije que para Marketing Directo. Me dio una tabla con unos papeles y me dijo “Hay que hacer llenación” así dijo “llenación” y entonces supe que había sido ella quien había puesto el letrero en la puerta giratoria. Aunque me deprimió saber que tal vez tendría que saludarla de lunes a viernes por la mañana y por la tarde, me dio esperanza pensar que si me daban el trabajo, con suerte podría despedirla por conjugar todos los verbos en tiempo “ción” y por dañar la capa de ozono con una lata de Aqua Net, cada vez que se peinaba.
Me senté en una banca que estaba frente al escritorio y empecé a leer. Todo el formulario tenía preguntas normales que había llenado decenas de veces, excepto por una que llamó mi atención, “¿Ha sido alguna vez diagnosticado con Claustrofobia?” con las opciones a)SÍ, b)NO y c)NO RECUERDO, la opción C me pareció estúpida, pues si no recuerdas si te han dicho que tienes claustrofobia, deberían diagnosticarte con amnesia. Puse que no y seguí llenando la información con destreza. Al llegar al inciso pasatiempos, utilicé la respuesta estándar y puse, cine, música y lectura. Firmé y le entregué el formulario a la mujer esa. Lo recibió, analizó mientras masticaba al menos 2 Bubble Gums y me dijo, “no puso la fecha” y me señaló dónde ponerla con la uña más larga y dorada que había visto en vida. Luego de regurgitar, escribí la fecha y recé para que no faltara nada más para no tener que ver esa uña maligna por el resto de mis días. Volvió a revisarla y sin decirme nada, puso mi formulario en su escritorio y empezó a leer. Me disculpé por interrumpir su lectura del TeleGuía y le pregunté que seguía, me dijo sin voltear a verme “yo le hago llamación”.
Al voltear hacia la banca donde había llenado el formulario, descubrí que había unos gemelos idénticos sentados llenando sus respectivos formularios. Me impactó ver que vestían la misma ropa para una entrevista, con la única diferencia que el atuendo del la derecha seguro era unas tallas más grandes porque estaba más gordo. Imaginé que sus formularios serían también idénticos, excepto por el nombre. Escaneé la sala de espera y mis opciones para sentarme eran junto a un huey que tenía la música tan fuerte que era claro que estaba escuchando Rap, Hip Hop o un audiolibro leído por alguien muy molesto. La opción B se limitaba a medio asiento, pues la otro mitad estaba ocupada por una mujer tan robusta que me recordó a mi Tío Godofredo, quien no sólo estaba orgulloso de su peso, sino que en cada reunión familiar, presumía haber ganado una competencia de comer más huevos duros en un minuto. La opción C era la más rara pero la que decidí elegir por cuestiones de silencio y espacio.
Justo al llegar al lugar vacío, ya me había arrepentido. El tipo de al lado tenía sentado sobre su regazo un muñequito. Miré al tipo y luego al muñequito, el tipo sonrió y el muñeco me señaló el lugar vacío con su manita de madera. Me senté y el tipo se presentó como El Gran Pepe y me dijo que el muñeco era Yayito. Les sonreí a los dos y Yayito me preguntó cómo me llamaba, le dije Cris para ahorrarme unas miradas. Un par de chistes de Yayito más tarde, supe que el Gran Pepe, era un buen ventrílocuo, pero su humor era los suficientemente mediocre para clasificar sus chistes como pendejadas. Me admiré que todos alrededor parecían encontrar normal el hecho de que había un huey con un muñequito en la misma habitación.
Intenté buscar empatía entre la gente aledaña y lo que encontré fue sorpresa, pues la mujer de enfrente tenía una baraja en una mano y movía la otra en círculos sobre la baraja. De pronto, una de las cartas salió de entre las demás. El tipo sentado junto a ella, estaba deteniendo unos sancos y del otro lado de la mujer un huey practicaba un trabalenguas sin parar “Tres Tristes Trigos… tres Tigres… tres Tristes Tigres Trig…” De pronto sentí que estaba un la fila del casting para un circo.
Buscando pertenecer al conjunto universo, pensé que sería apropiado al menos echar unos volados o amarrarme las agujetas con una mano, pero en ese instante, la secretaria gritó “¡Crisantemo!”, “¿está aquí el Sr. Crisantemo?” Todos reaccionaron ante el nombre, excepto por mí, tratando de hacerme pendejo, hasta que supuse que tarde o temprano tendría que responder y era mejor hacerlo pronto, o mis rivales laborales pensarían que además de poseer un nombre desafortunado, también era lo suficientemente imbécil para pensar que había otro Crisantemo en la habitación, o el mundo.
Me puse de pie y todos me miraron. Me reí y señalé a Yayito como diciendo que el pinche muñequito me estaba distrayendo y caminé hacia la mujer a quien odiaba por haber revelado mi secreto. Al llegar al escritorio me dijo “espere aquí” y ante mi incredulidad, empezó a decir otros nombres “Sr. Gómez”, “Srta. Huidobro”, “Sra. Mondragón” la odié aún más por decir mi nombre y no mi apellido y supuse que lo había hecho a propósito. Así continuó hasta que todos en la sala de espera, estábamos formados frente a ella. Me pareció que hubiera sido más fácil pedir que todos nos formáramos, en lugar de decir todos los nombres, pero era demasiado pedir para alguien que inhalaba 60ml de acetona cada mañana. Se puso de pie y descubrí que estaba tan alta, que tuve que alzar la vista para verla, al rodear su escritorio, reveló que su altura se debía a un par de zapatos que gritaban “soy teibolera en las noches”. Nos guió por un estrecho pasillo y abrió la puerta de un cuarto en el que había al menos otras 40 personas. Nos pidió que ocupáramos las sillas del centro formando dos grupos de 10.
Mi cabeza y corazón debatieron con la gama de emociones que estaba sintiendo. Era como estar en al fila de la montaña rusa más alta del mundo. Mi razón me sugería salir corriendo de ahí, pero algo en lo más profundo de mi ser, me suplicaba que me quedara para averiguar en lo qué estaba a punto de participar y aunque siempre que había un accidente la razón era más fuerte y no volteaba a ver, esta vez la curiosidad y el morbo hicieron equipo y me convencieron para quedarme.
Me senté entre el Gran Pepe y el huey de los trabalenguas. Abrí el folder que estaba sobre mi asiento y saqué un folleto que decía en letras grandes “Practer & Ramble”. Cuando estaba por abrirlo, un estruendo de música tecno, que hizo saltar hasta a Yayito, empezó a salir de las 16 bocinas que teníamos frente a nosotros. De pronto las luces se apagaron y todo fue un breve silencio, interrumpido por un huey que se paró sobre el escenario y dijo “amigos, les pedimos una disculpa, tenemos un problema técnico pero esto es normal en eventos en vivo. En la penumbra, sólo escuchaba a Yayito decir “¿qué pasa?” “¿qué pasa?” como entrando en pánico y al hombre-trabalenguas empezar con “caramón, camarelo, cramaron, carmelo” . Luego escuchamos pasos y cuchicheo al frente. La persona sobre el escenario dijo “me informa mi flórmanasher que estamos listos” y es estruendo tecno y una serie de luces que no superaban la producción de una fiesta de quince años promedio comenzaron de nuevo para darle vida al escenario, ahora vacío. La gente liberó “Ohhhhh”s y “Ahhhhh”s, como si estuvieran presenciando un gran espectáculo. Luego vinieron las luces estroboscópicas y el hielo seco, los aplausos no se hicieron esperar y desde las bocinas surgió una voz que a mi parecer era de narrador de museo de historia natural, pero para los demás, quienes miraban hacia arriba, debió ser como del mismísimo cielo y anunció “¡Damas y Caballeros, con ustedes, eeeeel único, eeeeel maravilloso, eeeeel magistralllll… Estiv Raamíreeeeez!”
jueves, 7 de junio de 2012
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