miércoles, 2 de enero de 2013

17. LA ALMEJA FELIZ

Luego de anunciar mi triunfo y el de Leo para personificar a la chingada Iguana René, varios de los presentes se acercaron para felicitarnos. Debido al incidente con los dedos cercenados de Chuy, Estiv nos informó que tendríamos que retomar el curso de inducción al día siguiente, por lo que la gente empezó a disiparse. Varios en su camino hacia la puerta, nos daban la mano a Leo y a mí. Algunos nos daban palmaditas en el hombro, como cuando le quieres decir a alguien “buen trabajo pendejo.” Al ver al Gran Pepe, le dije que me esperara porque quería preguntarle algo y me dijo que iría al baño y me vería en recepción. De pronto sentí como que alguien me había agarrado una nalga y al ver que había sido Toñita, no supe si sólo estaba checando el material, o intentaba tomar mi cartera. Luego de meditarlo un poco, no supe que sería peor y elegí mantener mi distancia. A pesar de mi esfuerzo por mantenerme lejos, la pinche Toñita me veía como si alguien le acabara de hacer un amarre, de esos que hacen los brujos, y pensaba seriamente en atacarme sexualmente. Me veía con los ojos muy abiertos y con una sonrisa de la que surgía un generoso aliento con esencias de maní y alcohol barato. Poco a poco empecé a acercarme hacia la puerta y me despedí de ella, pero por algún motivo, ella parecía haber interpretado mi “Hasta luego Toñita,” como “Sígame.”

Salí a recepción y el Gran Pepe estaba esperando. Tenía un maletín junto a él en el que supuse, Yayito estaría tomando una siesta. Aproveché que Toñita había ido hacia el baño para preguntarle al Gran Pepe si quería ir a comer algo. En cuanto terminé mi pregunta, escuché mi voz en mi cabeza y realmente sonó como que le estaba tirando la onda, así que complementé mi invitación diciéndole que estaba organizando una fiesta y se me había ocurrido que tal vez sería interesante tenerlo como amenidad. Esto pareció agradarle mucho, pero me dijo que no traía dinero, por lo que le dije que yo invitaba. Sonrió mucho y me dio la mano y me dijo “sería un honor Iguana René.” No pude creerlo, y le pedí que no me llamara así, por lo que me preguntó si estaba bien si me decía Compa, a lo que le contesté que sí. Luego le pedí que me diera un momento para ir al baño y me advirtió que no había agua, y caí en cuenta que acababa de estrechar la mano con la que probablemente manejó su área especial y misma que no había recibido la higiene post-urinare adecuada. Luego de un escalofrío, le dije que podía esperar. Al darme la vuelta me topé con Toñita quien preguntó “¿a dónde vamos?” y el pinche Pepe de inmediato le dijo “vamos a ir a comer, usted gusta Doña Antonia? Aquí el Compa invita.” Por supuesto dijo que sí. Yo tuve un debate mental entre qué me molestaba más, si el que Pepe había invitado a Toñita y le había extendido la invitación con mi dinero, o el hecho de que a mí me apodaba Compa, mientras llamaba Doña Antonia a una teporochita. Me sentí mal por un momento por juzgarlos, luego ya no. Toñita nos pidió un momento para tomar un poco de agua y fue hacia el garrafón. Trece conitos de agua después, dijo que estaba lista y por algún motivo, guardó el conito en el diminuto bolso que colgaba de su hombro.

En cuanto cerró la puerta del elevador y sentí cierta privacidad entre Pepe, Toñita y yo, le pregunté por qué había guardado el conito y me dijo que siempre hace eso en caso de que alguien quisiera usar su ADN para estudios científicos o tal vez hacer una clonamientación, así dijo, clonamientación. No pude pensar medio motivo por el que alguien quisiera más de una Toñita en el planeta y esto confirmó mi teoría de que la desdichada sufría de algún tipo de trastorno, posiblemente adquirido a través de incontables litros de alcohol y posibles golpes en la cabeza luego de perder el conocimiento. De nuevo me sentí mal por ella.

Al salir del edificio, le pregunté a Pepe qué se le antojaba y Toñita de inmediato grito “¡Mariscos! ¡Vamos a los mariscos!” Voltee a ver a Pepe y él, en su calidad de perfecto caballero, dijo que lo que la dama quisiera estaba bien. Les pregunté si conocían un lugar y Toñita dijo que el mejor lugar para comer mariscos era uno que estaba en Acapulco y luego de que le dije que no había forma alguna de que fuéramos a la bella bahía, dijo que sólo era un comentario, y volteó a ver al Gran Pepe con una sonrisa burlona, haciéndome quedar como pendejo. En cuanto los dos idiotas dejaron de burlarse de mí, Toñita dijo que justo a dos calles, había un lugar llamado “La Almeja feliz.”

Rumbo a “La Almeja feliz” vi un puesto de periódicos y le pregunté al voceador si tenía el nuevo Kalimán y me dijo que le quedaba uno, luego se me quedó viendo. Al caer en cuenta de que el huey tal vez pensaba que sólo estaba interesado en saber si lo tenía, le pregunté si me lo podía vender y me dijo “claro” y me lo dio. Al unirme a mis acompañantes, Toñita le estaba enseñando a Pepe un tatuaje que tenía arriba de las nalgas. Él se veía más incómodo que un zapato izquierdo en el pie derecho y ella le explicaba orgullosa “este de aquí, es un tribal, entrelazado con un látigo que se convierte en alambre de púas y termina con la cabeza de una serpiente, es una metáfora” añadiendo “el circulito ese, es un lunar.” Entonces, Pepe finalmente parecía haberse dado cuenta del gran error que había cometido al invitar a Toñita, pero los dos sabíamos que era demasiado tarde. Al verme, Toñita giró un poco para que viera bien el tatuaje y el movimiento reveló un poco de la línea entre sus nalgas. Instantáneamente supe que esa visión, disiparía mi apetito sexual por al menos una semana. Yo sonreí y le dije que estaba muy bonito y empecé a caminar. Pepe me siguió y desafortunadamente, Toñita también.

La Almeja Feliz parecía más un acuario, que un restaurante de mariscos, pero mi urgencia de dejar de convivir con Toñita, me suplicó que nos quedáramos ahí y termináramos con la tortura lo más pronto posible. Al cruzar la puerta, nos topamos con un camarón gigante del que colgaba un pizarroncito que decía “Especiales del Día” y ya. Supuse que estaría cerrado o no había especiales. Entonces, se acercó una chica como de 15 años vistiendo una mini falda azul, una camisa que probablemente algún día fue blanca y que tenía un nudo en el frente, revelando su ombligo, y un gorro como de capitán y nos preguntó si teníamos reservación. Volteamos a ver el lugar y de las 9 mesas, sólo una estaba ocupada. Le dijimos que no y nos pidió que la siguiéramos. Luego de asignarnos una mesa, nos dio unos menús que parecían haber recibido su última limpieza años atrás y nos preguntó si queríamos algo de tomar. Toñita de inmediato le dijo “yo quiero un Bulldog mexicano, un clamato preparado con la vodka y una bandera de Orendain. Pepe y yo la volteamos a ver y ella sólo dijo “hace calor.” Pepe pidió una piña colada y yo una cerveza Pacífico.

Cuando se fue la niña mesera, le dije a Toñita que no se fuera a emborrachar y me dijo que ya tenía callo y cuando decidió compartir una historia que empezó con “Una vez, me tomé toda una botella de Ron Raúl,” les dije que iba a poner algo de música en la rockola. Toñita me pidió que si tenían algo de Arjona, lo pusiera. Le dije que sí, sabiendo que preferiría poner Caballo Dorado y bailar arriba de la barra a Arjona o Maná. Pepe se me quedó viendo, suplicando que no lo dejara solo con ella por mucho tiempo.

Al llegar a la rockola, descubrí que diez pesos, me darían derecho a tres canciones. Idiotamente, puse los diez pesos y luego vi la selección, que constaba de 12 discos. Tres de los Tigres del Norte, tres que empezaban con “La Sonora”, tres de Reggaetón titulados “Lo mejor del Reggaetón 1, 2 y 3” y en los que todas las canciones parecían ser albures, ofensas o posiciones sexuales y por supuesto, tres de Arjona. Pude haber dejado perder los diez pesos, pero consideré que con suerte, el volumen de la música sería lo suficientemente alto como para no escuchar a Toñita. Así que con las opciones tan limitadas, elegí tres de los Tigres del Norte. En cuanto terminé de teclear la clave de la última canción, la música empezó a sonar muy fuerte y un huey que parecía estar enfermo de la garganta empezó a gritar “Perra! Dale Perra!” lo que me alertó mucho y me hizo correr hacia la barra y preguntarle al cantinero por qué no sonaba la canción que había elegido y el huey me dijo “ah, es que no sirve” y le pregunté por qué no tenía un letrero y me dijo que no sabía. Sólo me quedaba rogar que las otras dos canciones no estuvieran tan mal y superar el incidente.

Al llegar a la mesa, Toñita le estaba bailando a Pepe a ritmo de reggaetón y él al verme, casi me abraza. Toñita me dijo que desde que me vio supo que tenía buen gusto musical y consideré su comentario como una gran ofensa. Entonces llegó la mesera con una charola y empezó a bajar tragos en la zona de Toñita, empezando con el tequila, luego el clamato y finalmente una copa enorme con una cerveza Corona metida. Le pregunté qué diablos era eso y me dijo que era el Bulldog mexicano. Toñita se empezó a frotar las manos como mosca al ver una gran caca y se empezó a tomar el clamato. Pepe recibió su piña colada y empezó a jugar con un paragüitas que venía sobre una rebanada de piña. Simulaba como que estaba lloviendo y se ponía bajo el paragüitas y se reía, viéndome, esperando a que me uniera a su estúpida broma. Al otro lado, Toñita bebía sin piedad como spring breaker. Maldije al país por el desempleo, a la naturaleza por permitir la evolución reversible en Toñita y a Fher de Maná porque me caga. Al recibir mi cerveza, le di un sorbo y por un segundo, olvidé mi desventura. Otro sorbo y me olvidé de mis acompañantes por un instante, así que le pedí a la mesera que me trajera una cubeta con Pacíficos. Para cuando la cubeta llegó, mi cerveza estaba vacía y yo ya me estaba riendo de mí mismo.

La mesera me preguntó si estábamos listos para ordenar y le dije que al menos yo lo estaba y le pedí un caldo de camarón grande. La mesera volteó a ver a Pepe y él le dijo “yo quiero el Delicioso filete de pescado empanizado con verduras al vapor, arroz y su elección de puré de papa o papas a la francesa.” Así dijo, todo lo que decía el menú, sólo le faltó decir el precio. La mesera le preguntó si quería puré o papas y en cuanto le dijo papas, le preguntó a Toñita, quien para ese momento se estaba acabando su trago majestuoso ese. Toñita le dijo que para empezar, quería otro bulldog y de comida, quería la langosta. La mesera me volteó a ver como preguntando “sí?” y yo no supe qué hacer, pues mi situación no era la más favorable, pero embriagado por la falta de comida, la cerveza consumida en 2 minutos y la sensación de misericordia por Toñita, empecé a considerarlo. Entonces hubo un incómodo silencio por 8 segundos y Pepe lo interrumpió, diciendo que él pagaría por ella, y se la podía descontar de sus honorarios. Asentí y la mesera le preguntó cuál quería. Volteamos a ver el tanque en el que sólo había una langosta y ella nos informó que esa no estaba a la venta, que esa era Gladys, la nueva mascota del negocio. Toñita fue a un costado de la caja y eligió la más grande de las 5 langostas que tenían en un refrigerador. Cuando regresó a la mesa, tomó la mano Pepe y le dio las gracias en silencio, mientras el con una breve sonrisa, asentía, como cuando el Papa saluda a alguien que no le cae muy bien. Esto me hizo preguntarme si Pepe era el tipo más amable del mundo o tendría secretas intenciones con Toñita, pero al voltear hacia ella y verla chupando un limón hasta deshidratarlo por completo, supuse que sólo era el tipo más amable del mundo.

Para ese momento, la segunda canción, la cual tenía las palabras perra, culo y algún tipo de combustible al menos 50 veces, estaba acabando. Entonces empecé a escuchar “El Northe Thuths MacDonalths, bathketbol y rock-anrol” y reconocí la voz de Arjona porque es probablemente el cantante que sufre de mayor salivación durante sus interpretaciones y Toñita me volteó a ver y me dijo “Ahhhhhh, gracias!” y puso su mano frente a mí, como invitándome a bailar o a que la besara, yo la tomé con dos dedos como saludándola y le dije “de nada.” Y el sonido que hace el popote al final de un trago nos hizo voltear a ver a Pepe, quién se estaba acabando su piña colada y tenía los cachetes muy rojos. Entonces le preguntó a Toñita si quería bailar y ella se levantó de inmediato mientras me decía que la próxima pieza era para mí. Yo puse mi cara de pendejo la cual incluía probablemente la más falsa sonrisa que había hecho en mi vida y pensé que preferiría bailar lambada con Yayito, antes de bailar de cachetito con Toñita. Al terminar la canción, los dos empezaron a aplaudir y ella gritó “¡Arriba Xochimilco!” lo cual no tenía ningún sentido, a menos que fuera oriunda de alguno de los Nativitas.
Cuando regresaron a la mesa, la mesera estaba trayendo el nuevo súper trago de Toñita y otra piña colada para Pepe, quien le dijo que no había pedido otra pero la mesera le informó que era 2X1 en piñas coladas y llaveros de recuerdo. Y como sus cachetes seguían rojos, le dije que no tenía que tomársela pero él dijo que sería una lástima desperdiciarla, agregando que no tenía trabajo hasta el día siguiente en una fiesta infantil. Pude visualizar a los niños, viendo cara de asustados a Yayito suplicando por un Alka-Seltzer, una pancita y silencio. Entonces Toñita se puso de pie y dijo que quería proponer un brindis, por el inicio de una amistad que seguro durará para toda la vida. Por segunda vez en mi vida, deseé estar muerto. La otra fue cuando escuché por primera vez “Vivir sin aire” de Maná. Por fortuna, la mesera llegó con la comida, interrumpiendo lo que pudo ser una promesa verbal que estaba dispuesto a romper sin importar las consecuencias.

Comimos en silencio, lo cual agradecí y de vez en cuando, volteaba a ver a Pepe para asegurarme que siguiera despierto. Al otro lado, Toñita disfrutaba su langosta con gran destreza, manejando todos los utensilios con una habilidad digna de todo un conocedor. Estaba tan maravillado con su técnica, que tuve que hacer un comentario y ella me informó que era su comida favorita y que había comido langosta al menos una vez a la semana por dos años y cuando le pregunté cómo era posible que comiera eso tan seguido, me dijo, “es que mi ex-esposo trabaja aquí.” Le pregunté por qué no nos había dicho, me contestó que no sabía si no íbamos a querer venir aquí a comer y agregó “es que es bien agresivo” y eso, eran malas noticias y explicaba por qué la mesera era medio grosera con ella y cuando le hablaba no volteaba ni a verla, yo justificaba su actitud por lo desagradable que era Toñita, pero ahora todo tenía sentido. Las malas noticias seguían fluyendo y el sonido del popote tocando fondo del vaso, nos informó que Pepe, se había terminado su segunda piña colada. Al voltear, lo vi sonriéndome, con los ojos medio cerrados como si estuviera pacheco. Sus cachetes habían alcanzado tonalidades guinda y la cabeza se le movía como figurita de perro en tablero de taxista. Luego levantó la mano para llamar a la mesera y cuando llegó le preguntó si las piñas coladas seguían la 2X1 y al escuchar que sí, le dijo que quería una para ahí y la otra para llevar en bolsa. No pude evitar sonreír con la imagen de Pepe tomándose su piña colada en bolsa, pero aún así, le dije a la mesera que teníamos que irnos y le pedí la cuenta. Pepe me vio con cara de regañado y le dije que por su seguridad, debía confiar en mí. Me dijo está bien, y luego pareció quedarse dormido. Seguí a la mesera con la vista y la vi acercarse a la caja y decirle algo al oído a la cajera, y ella, fue hacia la barra le dijo algo al oído al de la barra, quien a su vez, le murmuró algo a su ayudante. No supe si estaban jugando teléfono descompuesto o qué estaba pasando, pero algo olía mal, y no era Toñita. Un minuto más tarde, salió de la cocina un tipo muy alto y con brazos grandes y cubiertos de tatuajes. Vestía una filipina que hacía evidente que era el cocinero, lo cual le daba acceso a cuchillos y otro tipo de armas punzocortantes. Recordé que Toñita había mencionado que era muy agresivo, por lo que me aseguré que no trajera un machete o una rebanadora de carnes frías en la mano. Caminó hacia nosotros, con la vista fija en Toñita, quien se puso de pie desafiante y me dijo “deténgame esto” y me dio algo en la mano, al abrirla, ví que era su dentadura postiza y la aventé a la mesa, reaccionando como si me hubiera dado una tarántula. Toñita empezó a hacer movimientos como los que hacen los boxeadores cuando están calentando y veía a su ex-esposo venir hacia nosotros. Entre más se acercaba, más grande se veían sus brazos y al llegar a la mesa de preguntó “¿qué haces aquí Antonia?” y ella le dijo que no le tenía miedo y el tipo le preguntó si era porque estaba con otros dos tipos. Toñita nos presentó diciendo que yo era el Crisantemo y el que estaba dormido era Don Pepe. El huey no se veía nada contento y entonces Toñita le dijo “ya no te necesito, ahora estoy con él — y me señaló — quien es la nueva Iguana René y es muy talentoso”. El tipo se puso casi tan rojo como Pepe. Toñita agregó “y nos vamos a casar porque estoy esperando un hijo suyo” y me cerró el ojo, como si eso fuera suficiente para que yo accediera a seguir la mentira más grande que un ser humano hubiera inventado. El huey le preguntó, “¿Qué?” y yo le pregunté, “¿Qué?” y el tipo empezó a llorar como una niña de 8 años cuando se entera antes de tiempo quién es su amigo secreto.

Yo no entendía que diablos estaba pasando, pero quería salir de ahí lo antes posible. Entonces el tipo se incorporó, se limpió las lágrimas me dijo “ya estuvo bueno Sr. Salamandra, usted y yo, afuera” yo le pedí un momento para hablar con él en privado. Me dijo que tenía 2 minutos y me invitó a pasar a la cocina.