viernes, 11 de junio de 2010

3. Taiger Sports Bar


Miré mi reloj, quien me dijo que la posibilidad de que llegara tarde a mi entrevista, era latente. Corrí a la salida pero al llegar, me encontré con una fila. Tomé la estúpida decisión de formarme sin saber de qué se trataba. Al avanzar un poco, ví que había un policía, tal vez el más imbécil que he visto en mi vida, revisando a la gente con su detector de metales. Imagino que pensaba que era de vital importancia asegurarse de que nadie sacara armas del metro.
Luego de mi revisión, salí y al hacerlo, escuché un mensaje de texto llegando a mi celular. Lo leí y básicamente decía que mi entrevista se había pasado al lunes. Maldije primero, pero luego recordé que el partido que tanto había esperado estaba por comenzar y ahora tenía la oportunidad de verlo. 
Miré hacia todos lados como turista extraviado, hasta que al fondo, logré ver un letrero que decía “Taiger Sports Bar”. <
Al llegar a la entrada, un hombre como de 2 metros me detuvo y me dijo que había un cover de 50 pesos. Le pregunté que si estaban pasando el partido y me miró como si le hubiera preguntado si vendían cerveza. Me dijo que sí, pagué mis 50 pesos y entré. 
El lugar era pequeño y sombrío. Lo analicé y descubrí que de Sports Bar, solo tenía una playera de Jorge Campos en un cuadro que todavía decía “SportTortas”, un par de raquetas de madera colgadas y personal que usaba calzado deportivo. 
Me senté en la barra y me encontré con la televisión más pequeña del mundo pero pensé que era demasiado tarde para buscar otro lugar. El cantinero se acercó y me dijo “ya están en el Hino”, así dijo “Hino” y luego me preguntó si quería una cubeta o una caguama. Aún no sé por qué, pero de alguna forma me pareció que la Caguama tenía un poco más de clase. También pedí un vaso para conservar un dieciséisavo de mi dignidad.
Luego de un vaso de cerveza y 5 minutos de partido, descubrí que era como estar viendo el partido en medio de los mejores técnicos del mundo, quienes tristemente, tenían menos optimismo que un vendedor de abrigos en la playa.
Todos gritaban indicaciones “Fíltrala, fíltrala!”, otro que chiflaba cada vez que pronunciaba una “eSe”, decía “necesitan poner un 4-3-3 con 2 un punta y 2 un poco retrasados para apoyar la contensión”; uno más, sin importar quién la tuviera o dónde, gritaba “Tira! Tira!”; pero el mejor de todos, era un teporochito que estaba en un rincón y quien seguramente el ultimo partido que había visto fue uno de la Era de Mejía Barón porque gritaba “Metan a Hugo, metan a Hugo!”. 
En el minuto 40, el ambiente ya era insoportable. Me serví el ultimo trago de mi cerveza y el cantinero me preguntó “otra?”, yo le pedí un minuto para pensarlo. De pronto, un hombre llegó a la barra y se sentó tan cerca de mí, que sólo nos faltaba compartir la camisa para ser siameses. Esto fue el indicador de que era tiempo de partir.
Al darle mi tarjeta de crédito al cantinero, la analizó minuciosamente, sonrió y volteó a verme “le cae que se llama Crisantemo joven?” preguntó. Todos olvidaron el partido y voltearon a verme. Yo lo odié un poco, sólo un poco, le sonreí asintiendo y todo quedó ahí.
Al salir, le pregunté al hombre de la entrada si había otro lugar cerca para ver el partido porque la tele estaba muy chiquita. Él sabía que era verdad y en un gesto de camaradería, me dijo “sí joven, hay un Sanbor a dos calles y ahí seguro lo están pasando” así dijo, “Sanbor”. Yo no entendí al principio pero luego de un momento pensé que se refería a un Sanborns. Le agradecí e inicié mi camino. 

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