lunes, 6 de febrero de 2012

12. UN BILLETE EN EL RETRETE.


Bajamos las escaleras y los tipos esos seguían ahí sentados. Ahora había dos chicas con ellos. Una de ellas se levantó cuando estábamos por pasar y saludó a Samantha. Luego nos preguntó si habíamos visto su licuadora. Samantha le dijo que no y luego me volteó a ver como esperando a ver si yo la había visto. Le dije que no. Entonces hizo un ruido como que iba a empezar a llorar y un segundo después nos preguntó si queríamos ver un truco de magia de Kitty la Magnífica. No pudimos resistirnos y le dijimos que sí. Kitty la Magnífica puso su mano izquierda frente a nosotros, tomó su dedo índice con la otra mano y lo dobló casi por completo hacia atrás. Yo me volteé y tuve una inmediata sensación de que vomitar sería inminente. Samantha por su parte, se fascinó con los poderes de Kitty y hasta le pidió que lo hiciera de nuevo. Jalé a Samantha y justo antes de salir, Kitty la Magnífica nos preguntó “¿Cómo van a hacer su pagación?”, así dijo “pagación”, primero no entendí, pero luego supuse que quería dinero por su truco de magia. Le di cinco pesos y me dijo que eran diez porque lo había hecho dos veces. Le di los otros cinco y le pedí que si por alguna de esas horribles coincidencias del destino, volvía a verla, no hiciera el truco de magia. Ella creyó que era broma, se rió y luego, como un mal chiste de la vida, me dio un abrazo. Ipso facto, uno de los fulanos se levantó y me dijo “¿qué te traes con mi pompi compa?,” le dije que sólo eramos amigos y Él también quiso ser mi amigo, 5 minutos después, ya todos los tipos me habían abrazado y querían que le diera un beso a la otra chica. Incluso uno de ellos como que estaba organizando que jugáramos botella con ellos. Les dije que era una oferta muy tentadora, pero que ya teníamos planes. Nos despedimos de nuestros nuevos amigos y salimos para descubrir que ya era de noche.
Samantha me dijo que acababa de aprenderse un atajo y me guió por un par de callejones obscuros en los que vimos varios grupos de tipos. La mayoría le chiflaban a Samantha. Ella lo encontraba divertido, pero para mí resultaba tan peligroso como una bicicleta sin asiento. Finalmente llegamos a una avenida grande y me dijo que estábamos cerca. Yo le di gracias a Dios seis veces.
Nos detuvimos frente a un edificio que no se veía del todo mal. Abrió su bolsa y empezó a buscar sus llaves, lo cual le tomó al menos un par de minutos. Durante el proceso, me pidió que le detuviera una cartera, una botella con agua, un paquete de chicles, un chocolate Carlos V y lo que me pareció más extraño, una cinta canela. Cuando logró encontrar las llaves, abrió la puerta y entramos a lo que podría considerarse una jungla urbana. Ficus, bugambilias y helechos hacían casi imposible pasar por el estrecho patio que llevaba hacia las escaleras. Al entrar a su departamento, me topé con un intenso color dorado distribuido por toda la sala. Al menos 20 trofeos hacían lucir el lugar como vitrina de escuela. Samantha corrió al baño y yo me acerqué a los trofeos para analizarlos. Primero pensé que eran de futbol, porque el muñequito estaba pateando algo. Luego vi otros que me dejaron claro que eran de karate. Escaneé la zona con mayor detenimiento y descubrí que el lugar era como un dojo de karate. Había cintas, chacos, bambú, posters con tipografía oriental y un cuadro con cinco estrellas ninja, me fascinó el pensar como era posible que tanta gente supiera lo que era un estrella ninja. Todo esto me empezó a poner nervioso, pero supuse que tal vez eran de cuando era niña y les tenía especial afecto. Al voltear hacia el otro lado descubrí que no era así. Colgadas sobre la pared había seis fotografías de Samantha infringiendo dolor en sus adversarios. Una séptima imagen que estaba un portarretratos sobre el librero mostraba a Samantha rompiendo un ladrillo con el puño. Mi cabeza empezó a dar vueltas, en qué clase de problema acababa de meterme. Me sumergí en mis pensamientos, pensé en huir pero luego la imaginé lanzándome estrellas ninja desde la ventana. Finalmente Samantha regresó del baño y me explicó que era cinta negra en tae-kwon-do, jujitsu y judo. Traté de fingir que todo estaba bien, pero no supe si en cualquiera de esas artes marciales, le habían enseñado a olfatear el miedo, así que fui honesto y traté de hacerme el chistoso diciéndole que era mejor que no la hiciera enojar. Ella me dijo muy seria, que era lo último que me recomendaba hacer. Luego se empezó a reír como loca, alzando la cabeza y roncando cada vez que jalaba aire. Yo también me empecé a reír pero era de nervios. Cuando dejó de reírse, recuperó toda su belleza. Era increíble como una risa tan horrible, podía hacer una mujer hermosa, lucir como Elba Ester Gordillo. Se acercó y me dio un beso. En ese instante, olvidé su horrible risa y que sus puños eran armas letales. Me invitó a su cuarto y no pude más que sonreír y agradecerle a la vida por ser tan generosa conmigo. Abrió la puerta del cuarto y su cama lucía impecable, tendida perfectamente, mire hacia la pared y me topé con un poster del Peje. ¿Qué clase se ser enfermo tiene un poster de ese personaje? No, ¿qué clase de ser enfermo tiene a ese huey arriba de su cama? Sentí asco. Luego Samantha se quitó la playera y los jeans. Vestía sólo su bikini. Olvidé el karate, la risa y al Peje, me acerqué y cuando estuve a punto de besarla me pidió que la esperara pues quería poner algo de música. Se acercó a una grabadora vieja y rebobinó el cassette. Yo tenía años de no ver una grabadora de cassette, pero como amante de la música en vinil, supuse que tendría algo de música interesante y difícil de conseguir en la actualidad. Presionó PLAY y regresó a donde estábamos. Me pidió que me quitara la ropa y cuando me estaba desatando las agujetas comenzó una tortura auditiva llamada “Como te deseo”. La pinche Samantha acababa de poner un cassette de Maná. Ella se emocionó con la canción y cada que empezaba el estúpido corito, cantaba “na, na, na, na, na, na, na!” y bailaba sensualmente cobijada con la voz del pendejo de Fher. Esto se estaba convirtiendo en una obscura broma de la vida. Sería karma? Había yo golpeado huérfanos y vestido mink en mi vida pasada? Samantha era hermosa y hasta donde había podido leer en su persona, tenía un buen corazón. Pero su risa, su apoyo al Peje y su pésimo gusto musical, la convertían en mi peor enemigo. Enemigo que sabía más de karate que Japón mismo. No supe que hacer, Samantha era como una col de Bruselas cubierta de chocolate. Samantha era un billete en el retrete. Tentación y repulsión. La eterna lucha entre el bien y el mal, hecha mujer. Maldije 3 veces y entonces recordé que tenía un salvoconducto. Mi entrevista. No pude resistir darle otro beso y luego le dije que con todo el dolor de mi corazón, debía irme, pues tenía una entrevista de trabajo muy temprano el día siguiente. Incluso ofrecí mostrarle el mensaje en el que me habían cambiado la fecha, para que viera que mi repentina necesidad de partir era de buena fe. Me dijo que estaba bien, pero que no me iba a dejar partir hasta que le diera una prueba de amor y se empezó a reír. Horrible. Me esperé a dejara de reírse, la miré en su perfecta capacidad de volverme loco y le dije “está bien, pero quita la música, porque me encanta escucharte reír."

No hay comentarios:

Publicar un comentario