lunes, 27 de febrero de 2012

13. PISTACHES


Abrí los ojos y una imagen borrosa tomó foco para descubrir a Samantha sentada en una silla mirándome. Sonreía, se veía hermosa. Tenía una taza en la mano. Me dijo buenos días y puso la taza frente a mí. Me incorporé y la tomé, al darle un trago, descubrí que era café, el más frío que había probado en mi vida. Me dijo que lo había preparado hacía rato, pero no quiso despertarme y esperó a que me despertara solo, lo cual me hizo sentir aún más incómodo. Le pregunté la hora y me dijo que eran las 8 y cacho. Mi entrevista era a las 10 y yo no pensaba ir con mi playera de Disco Beach. Tenía que ir a casa a bañarme y ponerme algo decente. Le pregunté por mi playera y me dijo que la había lavado y estaba en la secadora. Eso me pareció un detalle maravilloso hasta que vi que la había lavado junto a su ropa de color y ahora tenía un tono rosáceo muy poco varonil. Descubrí que la única forma de hacer una playera de Disco Beach más ñera, era tiñéndola rosa. Le dí las gracias para evitar que me aniquilara con los chacos que estaban sobre la pared y le dije que tenía que irme. Me dijo que con mucho gusto me daría un raite, así dijo “raite” y como era tarde, tuve que acceder. Me puse mi playera rosa, me dirigí hacia la puerta y me pidió que esperara un momento pues el desayuno estaba casi listo. De pronto Samantha, la tentadora mujer, había mostrado un lado que me encantaba, lavó mi playera, con catastróficos resultados, pero la intención contaba. Y ahora el desayuno, mostraba su lado sensible, al menos hasta que escuche el “Ting” del tostador y me dijo que podíamos compartir la Pop Tart. Samantha había preparado una Pop Tart y la mitad me pertenecía. Yo tenía tanta hambre, que me supo a una Pop Tart completa.

Salimos a la calle y vi toda una gama de autos estacionados tan desastrosamente que supuse que el valet parking tenía 8 años. Seguí a Samantha, estando seguro que su auto era de Mary Kay y yo iba a llegar a mi entrevista en un carro que parecía estar cubierto de Pepto Bismol. Para mi sorpresa, Samantha tenía una Cherokee, no de las nuevas, pero en muy buen estado. Justo antes de subirme, tuve que volver al frente porque algo había atraído mi atención. Algo que estaba fuera de lugar. Al analizarlo, descubrí que la pinche Samantha había movido las letras de la moldura y su Cherokee en lugar de decir “Jeep”, decía “peJe”. Luego de superar la náusea, fui a ver la parte de atrás para descubrir una estampa con la bandera del PRD, otra que decía perredista a bordo y una más en la parte superior izquierda que decía “De aquí somos”, esa última me pareció creativa y aberrante en iguales proporciones. Mi corazón y yo intentamos convencer al razonamiento que por ninguna razón subiríamos al Pejemóvil, pero la estúpida razón pudo más y segundos después, me descubrí abrochándome el cinturón de seguridad. Samantha me sonrió y encendió el Pejemóvil. Luego me pidió que le pasara un papel que estaba en la “cajuelita de guantes” así dijo “cajuelita de guantes”. Abrí la cajuelita de guantes y encontré tres cosas, la tarjeta de circulación, la póliza del seguro y un papel que decía P-Parado, R-Reversa, N-Nada, D-Derecho, 1 y 2. Supuse que ese era el papel que me había pedido y se lo pasé. La observé revisándolo y entonces caí en cuenta que era su acordeón sobre las velocidades. Le pregunté si sabía manejar y me dijo que todavía le costaba trabajo pero ya tenía casi un mes de experiencia. Comprobé que mi cinturón estuviera bien ajustado, maldije un par de veces por no haber traído un rosario conmigo y sonreí nervioso.
Samantha manipuló la palanca, miró hacia atrás y avanzó hacia delante. Se detuvo un momento y volvió a revisar su esquema, cambió la palanca a “Derecho”, avanzó 5 metros y se detuvo de nuevo. Yo le dí 10 segundos para explicar su comportamiento. Finalmente me dijo que tenía que llevar también a su amigo Tacho y su hermana, Tacha. Luego de una incómoda sesión de cláxon, los Tachos salieron y Tacha abrió mi puerta. Me pidió que la dejara ir adelante pues atrás se mareaba. Yo brinqué al asiento de atrás, pues tenía tanta prisa que con tal de partir, me hubiera ido en el toldo comiendo Chetos, si eso me hubiera pedido.

Ya en camino, Tacha se sentó de lado y empezó a interrogarme, “cómo te llamas?, a qué te dedicas?, cuál es tu color favorito? Qué comida te gusta? Sabes dónde puedo comprar jabón Jardines de California? Cuál Passat crees que es mejor, el 2003 o el 2004?” cerré los ojos, implorando que al abrirlos, despertara en mi cama, en soledad. Sin embargo al abrirlos, ahí estaban Tacha y su majestuoso escote, el cual me costaba tanto dejar de mirar, sobre todo ante la inquisitiva mirada de Samantha en el espejo retrovisor. La imaginé dándose la vuelta y sometiéndome con sus mejores golpes de Jiujitsu mientras seguía manejando con el dedo meñique del pie.

Decidí mirar a Tacho y ambos sonreímos. Luego me preguntó si ya había ido a la nueva tienda de pistaches que acababan de abrir en Eje Central. Le dije que no. Entonces empezó a explicarme las bondades del pistache y sus múltiples usos. Hablaba con tal entusiasmo de los pistaches, que me causó cierta simpatía. Luego de hablar 20 minutos seguidos sobre pistaches, lo único quería era esperar a que tomáramos una velocidad decente para luego abrir la puerta y lanzarlo fuera del auto. Me recordó al personaje ese de Forest Gump que sólo hablaba de camarones. “Ensalada de pistaches, helado de pistache, pistaches con chile, pistaches a la veracruzana”, el tipo era el Bubba de los pistaches.
Tacho me dijo que tenía tienda de pistaches, llamada
“Pis-Tacho” y justificó su inmersión en el negocio debido a su nombre. Cuando le dije que tenía sentido, pues Tacho y Pistacho iban de la mano. Me dijo que no era por su apodo, sino por su nombre, Arturo Morelos. Al escuchar eso, mi cerebro dejó de cumplir todas sus funciones vitales, en busca de una relación entre los pistaches y el nombre Arturo Morelos. Finalmente, justo antes de que se cayera el sistema en el hemisferio izquierdo de mi cerebro, Tacho me explicó que ese era el nombre del huey que actuaba como Pistachón Zigzag en Burbujas. Luego dijo, que si eso no era destino, no sabía lo que era. Miré a Tacha y Samantha con la esperanza de que le dijeran que lo que acababa de decir era una reverenda estupidez, pero Tacha sólo asentía, como reconociendo el milagro que los mortales llamamos coincidencia, y Samantha revisaba su acordeón de manejo. Entonces me acordé que alguna vez había escuchado que el actor que hacía de A.G. Memelovski había muerto infectado de Sida. Eso me había impactado mucho, era como escuchar que el Tío Gamboín o había muerto de una sobredosis de crack y que una prostituta ucraniana había sido quien llamó a la policía, alegando que las otras 7 chicas habían huido al ver el cuerpo. Luego lo busqué en Google y supe que había muerto por un paro cardíaco.

Justo cuando pensé que Tacho había dejado el tema de los pistaches atrás, empezó a platicarme que antes de iniciarse en la competitiva industria pistachera, había tomado varios cursos sobre administración y un taller llamado “El Pistache y Yo” en el que había aprendido entre otras cosas, cómo pelar 50 pistaches en un minuto y qué hacer en caso de asfixia por pistache. Comencé a cerrar mi puño con la firme convicción de causarle daño físico la próxima vez que dijera pistache, sin embargo, como parte de su biografía narrada, me dijo que a pesar de ser feliz con su trabajo, él siempre había querido ser domador de serpientes. Para ese entonces, yo estaba dispuesto a pagarle sus lecciones para domar serpientes con la esperanza de que en su primer ejercicio fuera mordido por una mamba negra, inyectándole 100 mg de dendrotoxina que paralizarían sus músculos respiratorios y haciendo que dijera por última vez, pis… ta… ch.

De pronto Samantha se detuvo frente a una tienda enorme y Tacho brincó fuera del auto. Samantha me dijo que Tacho tenía que surtir sus pistaches ese día y por eso había pasado por él. Tacha y su escote sólo asentían. Justo cuando estaba por decir, “ojalá que no se tarde”, Tacho salió de la tienda empujando una caja enorme sobre un carrito de súper. Le hizo una seña como de béisbol a Samantha y ella abrió la cajuela. Tacho intentó por 7 minutos, convencer a la caja de pistaches que la ley de que dos cuerpos no pueden ocupar el mismo espacio era falsa. Cuando finalmente aceptó que la caja no cabía en la cajuela, decidió regresarla a la tienda.
Luego de una espera considerable, le pregunté a Samantha si debíamos ir en busca de Tacho, pues se me hacía tarde para mi entrevista. Tacha me pidió ser paciente y me dijo que a veces las devoluciones tardan. 5 minutos más tarde Tacho regresó al auto con una torta cubana del tamaño de su cabeza. Me ofreció una mordida, pero lo detestaba tanto, que no estaba dispuesto a recibirle ni un pistache. Le dije que se veía muy rica pero que acababa de comerme media pop tart y estaba satisfecho.

Tacho comía su tortota sin piedad y cada 3 mordidas, inhalaba sus mocos, como un niño quien llora inconsolable y decía “está bien picosa”, 3 mordidas, mocos, “está bien picosa”, 3 mordidas, mocos “está bien picosa”. Entonces empecé a considerar que acababa de conocer a la persona más desagradable del mundo, pero luego me acordé del huey de Maná y Tacho recuperó su forma humana.
Finalmente llegamos a mi edificio y le pedí a Samantha que me esperara, pues si no me llevaba, no llegaría a mi entrevista. Prefería llegar en le Pejemóvil, que llegar tarde. Me dijo que sí y subí corriendo.
Fui al baño, tomé una ducha, me vestí, peiné y me comí un taco de queso. Todo en 10 minutos. Bajé corriendo con la esperanza de que la policía hubiera arrestado a Tacho por ser tan pendejo, pero para mi sorpresa aún estaba ahí, comiéndose le último bocado de su torta gigante. Tacha estaba parada afuera del auto platicando con una chica que me pareció familiar. Cuando la vi detenidamente mi corazón se detuvo, era Aby. O Triny.

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