lunes, 4 de octubre de 2010

8. YO SÓLO QUERÍA UNA SOPITA.

Al salir a la calle, busqué un símbolo que me diera una clave de dónde estaba, como el Ángel, para saber que era La Cuauhtémoc; o un corporativo y un basurero con el mismo código postal, para ubicar Santa Fe; o un coche achaparrado para saber que estaba en Satélite; algo que me diera una noción de espacio y tiempo. Finalmente noté un grupo de hipsters wannabes entrando a un restaurante que estaba entre otros dos y de inmediato supe que estaba en la Condesa. Eso me dio gusto, pues estaba cerca del mercado. Tomé un taxi que me regaló la experiencia de viajar en un cenicero motorizado y luego de 12.95 pesos, llegamos.

Antes de entrar, revisé mi celular para ver si tenía mensajes y descubrí que no tenía ni batería, lo cual me pareció ideal para disfrutar de mi almuerzo en calma. El mercado estaba tan lleno que parecía antro. El primer puesto que ví, era uno de tacos de guisado en el que la gente se arremolinaba como si fuera una barra con tragos gratis. El guey que tomaba las órdenes, tenía una playera que decía “U-Dos”, así decía “U-Dos”, y tenía una foto de Bono tan mal impresa, que más bien parecía Arjona. El guey estaba instaladísimo en su actitud de Rockstar, con decenas de fans aclamándolo, pero en lugar de gritar “Bloody Sunday” o “With or without you”, gritaban, “Arroz con huevo”, “Chile relleno” y el tipo asentía con una arrogancia, que me causaba fascinación y asco en iguales cantidades.

Borré los tacos de guisado de mi lista mental y seguí mi camino, pensando que en realidad lo que yo quería, era una sopita. Me abrí camino entre la muchedumbre avída de garnachas y unos metros más adelante noté que el puesto de carnitas tenía sólo siete personas formadas en una línea tan perfecta y rigurosa que me resultó irresistible. Luego de un minuto formado, empecé a ponerme nervioso pues tanto los clientes como los empleados, hablaban como en clave “Dos nana, dos buche, los cuatro con copia en plato separado para llevar con todo”, “dos cuerito, costilla entera, roja y verde aparte, todo sin jardín” y yo sólo iba a pedir un taco de maciza. Luego noté que los idiotas, tenían colgada la cabeza de un marrano como diciendo “tenga usted el honor de conocer a quien se va a comer”. La imagen era muy perturbadora así que intenté moverme un poco pero juro que los ojos del marrano me seguían, como esas pinturas que generan tal efecto. No pude más y salí de la fila pensando que como sólo quería mi sopita, podía olvidar las carnitas.

Me puse como meta ir directamente al puesto de barbacoa. Evité mirar algunas tentaciones y finalmente logré llegar al puesto deseado. Miré las mesas y estaban repletas de gente que comía sin piedad. Noté un pequeño espacio entre un niño regordete y un hombre vestido de payaso. Me encantó la idea sentarme ahí y como pude me acomodé en medio de los dos personajes. Se acercó un hombrecillo con un bigote imposiblemente delgado y me preguntó “cuántos consomeses” así dijo “consomeses” yo sonreí y le dije que sólo quería uno. En ese instante, se acercó una chica con un escote demasiado pronunciado para estar vendiendo barbacoa y me dijo que ya sólo había un consomé y que me lo traería en un minuto. El hombrecillo debió notar era tal mi deseo de obtenerlo que se ofreció a traerlo él mismo. Yo le agradecí y con gran esperanza, lo ví alejarse. Luego volteé a ver a mis vecinos de mesa y les sonreí. Sólo el payaso me devolvió la sonrisa, dejando ver un pedazo de cilantro en uno de sus dientes.
Devolví mi atención al hombrecillo y lo ví con el plato en sus manos, avanzando hacia mí, mostrando un gran orgullo por su logro de obtener el cotizado último plato de consomé para mí. Luego unos pasos, pisó un envase de Boing que estaba tirado en el piso e irremediablemente cayó, derramando la preciada sopita, en el frío concreto. Dos segundos después, concluí que en la vida, hay pocas cosas tan peligrosas, como un pendejo con iniciativa.

Me levanté y me di la vuelta. Al fondo ví un letrero que decía “Caldos de gallina”. Para ese entonces mi hambre era tal, que hasta las sillas se veían ricas. Me acerqué y le pregunté a un hombre con sombrero si todavía tenían caldos. Asintió si decir nada y con un gesto me indicó que sentara. Su sombrero era tan grande que cada que se movía, le pegaba a la bolsa con agua que tenían colgada para evitar las moscas. Me senté y un minuto más tarde, llegó una señora que se veía muy enojada con un plato enorme, repleto de una sopita humeante que suplicaba ser consumida. Le pedí un unos limones y la muy mezquina me trajo un octavo de limón. Lo exprimí hasta que estuve seguro que no quedaba ni una gota más de jugo, le puse un poco de cebolla picada y mucho chile en polvo que estaba en un molcajete de plástico y empecé a salivar. Le dí un par de vueltas con la cuchara y algo flotó. Así es, algo flotó. Con cierto miedo, metí la cuchara y levanté lo que estaba en el fondo. Yo no era un experto en gallinas, pero estaba seguro que podría reconocer una pierna, muslo, pechuga o ala sin problema. Definitivamente lo que estaba frente a mí era desconocido. Llamé a la Doña y al preguntarle qué era lo que tenía el caldo, me dijo “ah, es lo que son la menudencias”, lo dijo con ese vaivén de singulares y plurales. Urgué mentalmente en mi pedido y no encontré la palabra menudencias en él, de hecho, estaba seguro que tenía al menos 10 años, que no decía esa palabra.
La mujer me dijo que como ya no había otras piezas, pues le habían puesto menudencias. Otra vez la pinche iniciativa. Le pedí que me lo cambiara y me dijo que ya todo el caldo estaba mezclado. Maldije mentalmente un par de veces, me levanté y me fui, sin mi sopita, derrotado.
Decidí que era momento de resignarme e ir a la tienda por una Maruchan. Una de camarón con chile piquín sonaba bien.
En mi camino hacia la salida, volví a ver a todos los personajes que se encargaron de negarme mi derecho natural de disfrutar una sopita. Maldije otras dos veces.
Justo antes de salir, noté que el Taquero Rockstar estaba rodeado de 3 chicas, si bien no lo suficientemente atractivas para contender por el título de Señorita Tlalnepantla, no estaban del todo mal. El huey ya estaba lavando la plancha de las tortillas y traía puestos unos lentes que simulaban ser los populares Oakley de los 90s, pero el armazón decía Oakland, detalle que me encantó. Las micas de espejo tornasol, reflejaban los rostros flirteantes de las tres mujeres. Lamenté no tener una cámara conmigo.

Llegué a mi edificio sin la Maruchan porque en la tienda se les habían terminado. Mi suerte estaba por cambiar al encontrarme con mi vecina quien traía dos bolsas de “Gualmar”, como ella le decía, llenas a su máxima capacidad. Era como el Ying-Yang de las compras, pues una estaba llena de sopas Maruchan y la otra de Cocas light. Le pedí que me vendiera una sopita y amablemente me la vendió en 3 pesos. Yo hubiera pagado 20. Me ofrecí a ayudarle y desgraciadamente aceptó. Al llegar a su casa me dijo “en una hora me voy a ver con unos amigos en el bañario que acaban de abrir en Reforma, así dijo “Bañario”. Tuve la estúpida idea de pensar que sería divertido ir y le dije que sólo necesitaba 18 minutos para bañarme y 15 para mi sopita. Ella sonrió y luego de calcular mentalmente me dijo, “te veo en 33 minutos”, le sonreí y me fui a casa a disfrutar mi sopita.

1 comentario:

  1. .... pendiente estará la sopita y la aventura del bañario, que outfit llevará Crisantemo????

    ResponderEliminar