miércoles, 22 de diciembre de 2010

9. LAGUNILLA SHORE.


Al llegar a casa, descubrí que no había luz. Pensé en maldecir un par de veces pero al recordar que mi medidor tenía diablito, elegí resignarme y poner agua a hervir para mi sopita.
Para ese momento, mi estado de deshidratación era brutal. Abrí el refrigerador y ví un Boing de mango, aún frío, el envase ya estaba un poco sudado y lo hacía lucir como prop para comercial. Me lo tomé en 2.7 segundos y volví a abrir la puerta. Al no encontrar nada, decidí que era tiempo de brincar en la ducha.

Luego del baño, busqué en el armario algo con lo que pudiera nadar. Encontré un traje de baño enorme que usaba cuando estaba gordo, un speedo azul chiclamino que estaba seguro no era mío y los calzones Rimbros que uso cuando toca lavar ropa. Nada era adecuado, no podía creer que no tenía nada de ropa de balneario, tal vez sería porque tenía más de 5 años que no visitaba uno. Finalmente encontré unos chors, como decía mi tía Cecy. Me los probé y como eran negros, hacían lucir mis piernas aún más pálidas, pero era lo mejor que tenía, así que me puse unos jeans encima y una playera de Disco Beach para que la gente supiera que había ido a Acapulco, al menos en los 90s.

Luego de tres cucharadas de sopita, escuché la puerta. La pinche vecina nunca levantaba la caca de su perro, pero vaya que era puntual. Me hice pendejo varias cucharadas más y luego le abrí. La muy ingrata, tenía puesto un sombrero tan amplio que primero pensé que tenía uno de esos conos que les ponen a los perros cuando hay algo mal, y portaba un vestido tan grande, que parecían tres. Le pedí dos minutos más para terminar mi sopita y me dijo que me esperaría en la tienda de la esquina.
Al llegar a la tienda, noté que estaba metiendo en su mochila, como 3 six de cerveza. Le ofrecí pagar la mitad pero me dijo que esas eran para ella, que si yo quería, podía comprar más. Luego de superar el hecho de que mi acompañante tenía planeado consumir 5 litros de cerveza, compré un six, un Clamato, 3 limones y un chicharrón. Me sugirió que pidiera cueritos para mi chicharrón y yo le sugerí que se fuera al diablo pues los cueritos me daban más asco que Fher de Maná. Bueno, tal vez igual de asco.

Finalmente salimos de la tienda y me preguntó, “tomamos la micro o cogemos un taxi?” Yo elegí separar la pregunta en dos, pues tanta violencia gramatical en una sola oración, me resultaba imposible. Luego de procesar ambas preguntas, elegí el taxi. Sólo le pedí caminar una calle más para comprar el Kalimán con mi voceador de confianza y luego abordamos un taxi que no olía a cenicero, sólo a sudor de chofer de taxi, $27.80 más tarde, llegamos al balneario. Fue entonces cuando descubrí que el lugar efectivamente estaba en Reforma, pero a la altura de La Lagunilla. Temí lo peor.

Pagamos 15 pesos cada uno, en una taquilla tan impecable que me dio esperanza. Misma que dos pasos más tarde me fue arrebatada al toparme con una multitud de hueyes entre mamados y bofos con bronceados en tonalidades rosáceas-anarajandas y brillando a más no poder por los varios litros de aceite para bebé que tenían encima. Todos portaban speedos, todos excepto por uno que supuse que tendría puesto un short tan pequeño, que su enorme panza sólo dejaba ver la orilla. Era una pesadilla. Alcancé a ver a 4 mujeres en el camino, 4 entre la multitud de hombres. Una tenía una toalla sobre el cuerpo y otra en la cabeza con el típico estilo turbante. Otra estaba sentada en un camastro, evidentemente ebria, pues estaba dormida, rodeada de varias latas de cerveza y tenía media chichi de fuera. La escena era tan desagradable, que ni la media chichi la volvía interesante. Las otras dos eran empleadas del lugar.

Finalmente encontramos a los amigos de la vecina. Por suerte, todos lucían medio normales. Todos menos uno que en lugar de traje de baño, portaba una playera del América y una trusa Trueno, ambos empapados. A Él no lo saludé.

Cuando estaba por acomodarme en un rinconcillo para descansar y tomarme una chela, la vecina me preguntó si la acompañaba a la alberca. Como ya no tenía ni el sombrero ni el vestidote, la acompañé. La dichosa alberca estaba tan llena, que literalmente, era un consomé humano. Regurgité un poco. El tobogán era tan pequeño que se veía más bien como una resbaladilla en la que apenas cabía un niño siempre y cuando no estuviera gordo. Le sugerí intentar en la otra alberca que estaba en le mapa del lugar.

Al llegar, me sorprendí al ver que la alberca estaba casi vacía. La vecina me sonrió y brincó al agua. Luego empezó a moverse tan agitadamente, que pude jurar que había una podadora en el agua y se estaba electrocutando. Cuando se detuvo y se puso de pie, descubrí que simplemente, apestaba en las artes natatorias.

El calor, la cruda y la mirada incisiva de la vecina como diciendo “órale huey” me hicieron quitarme los jeans, mis Converse y la playera y prepararme para saltar al agua. Metí la punta del pie para checar la temperatura, un segundo más tarde, pensé que estaría proyectando la imagen de una niña de 8 años, así que fingí que estaba bromeando y salté al agua. Estaba tan fría, que todo mi cuerpo, instantáneamente se cubrió de la popular piel de gallina. La vecina se burló un poco de mí, sólo un poco. Luego nos quedamos parados, sin hacer o decir nada. La escena era tan incómoda que acordamos regresar con el grupo.

Al volver a donde había dejado mi ropa, sólo ví mis Converse y la playera. Busqué mis jeans dando vueltas como perro correteando su cola y no los encontré. La vecina se acercó y me dijo muy seria “te dije que tuvieras cuidado con tus cosas, aquí siempre se pierden”, hurgué mentalmente y luego le reclamé, pues no había advertido, entonces se disculpó.

Regresamos con sus amigos y yo lo único que podía pensar era en mi regreso a casa vistiendo sólo los pinches chors. Afortunadamente mi mochila aún estaba ahí, así que saqué una chela y me la tomé en 6.8 segundos. Abrí otra y le dí sólo un sorbo. Luego algo llamó mi atención. Un huey con el cabello y la barba tan largos, que instantáneamente miré alrededor estando seguro de que Wilson andaría cerca. Primero pensé que tenía puesto un suéter, pero luego noté que era el huey era como un tapete humano, una vez más regurgité. El tipo definitivamente tenía que ser una especie de náufrago urbano o algo así. Sentí pena por él, hasta que una mujer con un cuerpo impresionante y un bikini tan pequeño, que se veía tan irresistible como un billete tirado en el piso, se acercó y platicó con él, muy, tal vez demasiado amigablemente. Entonces el mundo tuvo menos sentido que nunca.

La vecina se acercó y me dijo, “son el pelusa y Samantha”. Volteé un segundo a ver a la vecina y regresé a Samantha, no podía dejar de mirarla. Al menos hasta que un tipo pasó frente a mí con mis jeans puestos. Le reclamé y como si nada, se los quitó, sacó un juego de llaves de la bolsa, los dobló con gran destreza, me los dio y luego de una sonrisa de resignación, se fue. Mientras intentaba procesar lo que acababa de pasar, la vecina me dijo “Crisanto?, te presento a Samantha” así me dijo la huey “Crisanto”. Pero por el hecho de que me estaba presentando a Samantha, me pudo haber llamado Andrés Manuel y aún así la habría perdonado.

Samantha extendió la mano y yo sin pensar le di un abrazo, mismo que para mi sorpresa, fue correspondido. Samantha crecía en mí mente cada fracción de segundo. La vecina sabía que Samantha me había enloquecido, estar salivando en exceso y mi cara de pendejo no podían ocultarlo. Luego Samantha me dijo que la vecina le había dicho que yo era fotógrafo y que ella necesitaba unas fotos para su book porque quería ser modelo. Entonces estuve 100% seguro de que Dios me amaba como a pocas creaturas en el mundo. Me dijo que varios irían a casa del Pelusa a jugar Camaleones, yo no tenía idea de qué rayos estaba hablando pero le dije que me encantaría ir a casa del Pelusa a jugar Camaleones. Me dijo que Ana sabía donde vivía y yo le pregunté quién era Ana, fue entonces cuando supe que la vecina, a quien yo siempre llamaba vecina, se llamaba Ana. Le dije que ahí la vería para ponernos de acuerdo para las fotos y ella me dijo, “está bien Crisanto, ahí te veo” yo la corregí y le dije que mi nombre correcto era Crisantemo. Ella sonrió y yo puse otra vez mi cara de pendejo.

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