miércoles, 22 de diciembre de 2010

9. LAGUNILLA SHORE.


Al llegar a casa, descubrí que no había luz. Pensé en maldecir un par de veces pero al recordar que mi medidor tenía diablito, elegí resignarme y poner agua a hervir para mi sopita.
Para ese momento, mi estado de deshidratación era brutal. Abrí el refrigerador y ví un Boing de mango, aún frío, el envase ya estaba un poco sudado y lo hacía lucir como prop para comercial. Me lo tomé en 2.7 segundos y volví a abrir la puerta. Al no encontrar nada, decidí que era tiempo de brincar en la ducha.

Luego del baño, busqué en el armario algo con lo que pudiera nadar. Encontré un traje de baño enorme que usaba cuando estaba gordo, un speedo azul chiclamino que estaba seguro no era mío y los calzones Rimbros que uso cuando toca lavar ropa. Nada era adecuado, no podía creer que no tenía nada de ropa de balneario, tal vez sería porque tenía más de 5 años que no visitaba uno. Finalmente encontré unos chors, como decía mi tía Cecy. Me los probé y como eran negros, hacían lucir mis piernas aún más pálidas, pero era lo mejor que tenía, así que me puse unos jeans encima y una playera de Disco Beach para que la gente supiera que había ido a Acapulco, al menos en los 90s.

Luego de tres cucharadas de sopita, escuché la puerta. La pinche vecina nunca levantaba la caca de su perro, pero vaya que era puntual. Me hice pendejo varias cucharadas más y luego le abrí. La muy ingrata, tenía puesto un sombrero tan amplio que primero pensé que tenía uno de esos conos que les ponen a los perros cuando hay algo mal, y portaba un vestido tan grande, que parecían tres. Le pedí dos minutos más para terminar mi sopita y me dijo que me esperaría en la tienda de la esquina.
Al llegar a la tienda, noté que estaba metiendo en su mochila, como 3 six de cerveza. Le ofrecí pagar la mitad pero me dijo que esas eran para ella, que si yo quería, podía comprar más. Luego de superar el hecho de que mi acompañante tenía planeado consumir 5 litros de cerveza, compré un six, un Clamato, 3 limones y un chicharrón. Me sugirió que pidiera cueritos para mi chicharrón y yo le sugerí que se fuera al diablo pues los cueritos me daban más asco que Fher de Maná. Bueno, tal vez igual de asco.

Finalmente salimos de la tienda y me preguntó, “tomamos la micro o cogemos un taxi?” Yo elegí separar la pregunta en dos, pues tanta violencia gramatical en una sola oración, me resultaba imposible. Luego de procesar ambas preguntas, elegí el taxi. Sólo le pedí caminar una calle más para comprar el Kalimán con mi voceador de confianza y luego abordamos un taxi que no olía a cenicero, sólo a sudor de chofer de taxi, $27.80 más tarde, llegamos al balneario. Fue entonces cuando descubrí que el lugar efectivamente estaba en Reforma, pero a la altura de La Lagunilla. Temí lo peor.

Pagamos 15 pesos cada uno, en una taquilla tan impecable que me dio esperanza. Misma que dos pasos más tarde me fue arrebatada al toparme con una multitud de hueyes entre mamados y bofos con bronceados en tonalidades rosáceas-anarajandas y brillando a más no poder por los varios litros de aceite para bebé que tenían encima. Todos portaban speedos, todos excepto por uno que supuse que tendría puesto un short tan pequeño, que su enorme panza sólo dejaba ver la orilla. Era una pesadilla. Alcancé a ver a 4 mujeres en el camino, 4 entre la multitud de hombres. Una tenía una toalla sobre el cuerpo y otra en la cabeza con el típico estilo turbante. Otra estaba sentada en un camastro, evidentemente ebria, pues estaba dormida, rodeada de varias latas de cerveza y tenía media chichi de fuera. La escena era tan desagradable, que ni la media chichi la volvía interesante. Las otras dos eran empleadas del lugar.

Finalmente encontramos a los amigos de la vecina. Por suerte, todos lucían medio normales. Todos menos uno que en lugar de traje de baño, portaba una playera del América y una trusa Trueno, ambos empapados. A Él no lo saludé.

Cuando estaba por acomodarme en un rinconcillo para descansar y tomarme una chela, la vecina me preguntó si la acompañaba a la alberca. Como ya no tenía ni el sombrero ni el vestidote, la acompañé. La dichosa alberca estaba tan llena, que literalmente, era un consomé humano. Regurgité un poco. El tobogán era tan pequeño que se veía más bien como una resbaladilla en la que apenas cabía un niño siempre y cuando no estuviera gordo. Le sugerí intentar en la otra alberca que estaba en le mapa del lugar.

Al llegar, me sorprendí al ver que la alberca estaba casi vacía. La vecina me sonrió y brincó al agua. Luego empezó a moverse tan agitadamente, que pude jurar que había una podadora en el agua y se estaba electrocutando. Cuando se detuvo y se puso de pie, descubrí que simplemente, apestaba en las artes natatorias.

El calor, la cruda y la mirada incisiva de la vecina como diciendo “órale huey” me hicieron quitarme los jeans, mis Converse y la playera y prepararme para saltar al agua. Metí la punta del pie para checar la temperatura, un segundo más tarde, pensé que estaría proyectando la imagen de una niña de 8 años, así que fingí que estaba bromeando y salté al agua. Estaba tan fría, que todo mi cuerpo, instantáneamente se cubrió de la popular piel de gallina. La vecina se burló un poco de mí, sólo un poco. Luego nos quedamos parados, sin hacer o decir nada. La escena era tan incómoda que acordamos regresar con el grupo.

Al volver a donde había dejado mi ropa, sólo ví mis Converse y la playera. Busqué mis jeans dando vueltas como perro correteando su cola y no los encontré. La vecina se acercó y me dijo muy seria “te dije que tuvieras cuidado con tus cosas, aquí siempre se pierden”, hurgué mentalmente y luego le reclamé, pues no había advertido, entonces se disculpó.

Regresamos con sus amigos y yo lo único que podía pensar era en mi regreso a casa vistiendo sólo los pinches chors. Afortunadamente mi mochila aún estaba ahí, así que saqué una chela y me la tomé en 6.8 segundos. Abrí otra y le dí sólo un sorbo. Luego algo llamó mi atención. Un huey con el cabello y la barba tan largos, que instantáneamente miré alrededor estando seguro de que Wilson andaría cerca. Primero pensé que tenía puesto un suéter, pero luego noté que era el huey era como un tapete humano, una vez más regurgité. El tipo definitivamente tenía que ser una especie de náufrago urbano o algo así. Sentí pena por él, hasta que una mujer con un cuerpo impresionante y un bikini tan pequeño, que se veía tan irresistible como un billete tirado en el piso, se acercó y platicó con él, muy, tal vez demasiado amigablemente. Entonces el mundo tuvo menos sentido que nunca.

La vecina se acercó y me dijo, “son el pelusa y Samantha”. Volteé un segundo a ver a la vecina y regresé a Samantha, no podía dejar de mirarla. Al menos hasta que un tipo pasó frente a mí con mis jeans puestos. Le reclamé y como si nada, se los quitó, sacó un juego de llaves de la bolsa, los dobló con gran destreza, me los dio y luego de una sonrisa de resignación, se fue. Mientras intentaba procesar lo que acababa de pasar, la vecina me dijo “Crisanto?, te presento a Samantha” así me dijo la huey “Crisanto”. Pero por el hecho de que me estaba presentando a Samantha, me pudo haber llamado Andrés Manuel y aún así la habría perdonado.

Samantha extendió la mano y yo sin pensar le di un abrazo, mismo que para mi sorpresa, fue correspondido. Samantha crecía en mí mente cada fracción de segundo. La vecina sabía que Samantha me había enloquecido, estar salivando en exceso y mi cara de pendejo no podían ocultarlo. Luego Samantha me dijo que la vecina le había dicho que yo era fotógrafo y que ella necesitaba unas fotos para su book porque quería ser modelo. Entonces estuve 100% seguro de que Dios me amaba como a pocas creaturas en el mundo. Me dijo que varios irían a casa del Pelusa a jugar Camaleones, yo no tenía idea de qué rayos estaba hablando pero le dije que me encantaría ir a casa del Pelusa a jugar Camaleones. Me dijo que Ana sabía donde vivía y yo le pregunté quién era Ana, fue entonces cuando supe que la vecina, a quien yo siempre llamaba vecina, se llamaba Ana. Le dije que ahí la vería para ponernos de acuerdo para las fotos y ella me dijo, “está bien Crisanto, ahí te veo” yo la corregí y le dije que mi nombre correcto era Crisantemo. Ella sonrió y yo puse otra vez mi cara de pendejo.

lunes, 4 de octubre de 2010

8. YO SÓLO QUERÍA UNA SOPITA.

Al salir a la calle, busqué un símbolo que me diera una clave de dónde estaba, como el Ángel, para saber que era La Cuauhtémoc; o un corporativo y un basurero con el mismo código postal, para ubicar Santa Fe; o un coche achaparrado para saber que estaba en Satélite; algo que me diera una noción de espacio y tiempo. Finalmente noté un grupo de hipsters wannabes entrando a un restaurante que estaba entre otros dos y de inmediato supe que estaba en la Condesa. Eso me dio gusto, pues estaba cerca del mercado. Tomé un taxi que me regaló la experiencia de viajar en un cenicero motorizado y luego de 12.95 pesos, llegamos.

Antes de entrar, revisé mi celular para ver si tenía mensajes y descubrí que no tenía ni batería, lo cual me pareció ideal para disfrutar de mi almuerzo en calma. El mercado estaba tan lleno que parecía antro. El primer puesto que ví, era uno de tacos de guisado en el que la gente se arremolinaba como si fuera una barra con tragos gratis. El guey que tomaba las órdenes, tenía una playera que decía “U-Dos”, así decía “U-Dos”, y tenía una foto de Bono tan mal impresa, que más bien parecía Arjona. El guey estaba instaladísimo en su actitud de Rockstar, con decenas de fans aclamándolo, pero en lugar de gritar “Bloody Sunday” o “With or without you”, gritaban, “Arroz con huevo”, “Chile relleno” y el tipo asentía con una arrogancia, que me causaba fascinación y asco en iguales cantidades.

Borré los tacos de guisado de mi lista mental y seguí mi camino, pensando que en realidad lo que yo quería, era una sopita. Me abrí camino entre la muchedumbre avída de garnachas y unos metros más adelante noté que el puesto de carnitas tenía sólo siete personas formadas en una línea tan perfecta y rigurosa que me resultó irresistible. Luego de un minuto formado, empecé a ponerme nervioso pues tanto los clientes como los empleados, hablaban como en clave “Dos nana, dos buche, los cuatro con copia en plato separado para llevar con todo”, “dos cuerito, costilla entera, roja y verde aparte, todo sin jardín” y yo sólo iba a pedir un taco de maciza. Luego noté que los idiotas, tenían colgada la cabeza de un marrano como diciendo “tenga usted el honor de conocer a quien se va a comer”. La imagen era muy perturbadora así que intenté moverme un poco pero juro que los ojos del marrano me seguían, como esas pinturas que generan tal efecto. No pude más y salí de la fila pensando que como sólo quería mi sopita, podía olvidar las carnitas.

Me puse como meta ir directamente al puesto de barbacoa. Evité mirar algunas tentaciones y finalmente logré llegar al puesto deseado. Miré las mesas y estaban repletas de gente que comía sin piedad. Noté un pequeño espacio entre un niño regordete y un hombre vestido de payaso. Me encantó la idea sentarme ahí y como pude me acomodé en medio de los dos personajes. Se acercó un hombrecillo con un bigote imposiblemente delgado y me preguntó “cuántos consomeses” así dijo “consomeses” yo sonreí y le dije que sólo quería uno. En ese instante, se acercó una chica con un escote demasiado pronunciado para estar vendiendo barbacoa y me dijo que ya sólo había un consomé y que me lo traería en un minuto. El hombrecillo debió notar era tal mi deseo de obtenerlo que se ofreció a traerlo él mismo. Yo le agradecí y con gran esperanza, lo ví alejarse. Luego volteé a ver a mis vecinos de mesa y les sonreí. Sólo el payaso me devolvió la sonrisa, dejando ver un pedazo de cilantro en uno de sus dientes.
Devolví mi atención al hombrecillo y lo ví con el plato en sus manos, avanzando hacia mí, mostrando un gran orgullo por su logro de obtener el cotizado último plato de consomé para mí. Luego unos pasos, pisó un envase de Boing que estaba tirado en el piso e irremediablemente cayó, derramando la preciada sopita, en el frío concreto. Dos segundos después, concluí que en la vida, hay pocas cosas tan peligrosas, como un pendejo con iniciativa.

Me levanté y me di la vuelta. Al fondo ví un letrero que decía “Caldos de gallina”. Para ese entonces mi hambre era tal, que hasta las sillas se veían ricas. Me acerqué y le pregunté a un hombre con sombrero si todavía tenían caldos. Asintió si decir nada y con un gesto me indicó que sentara. Su sombrero era tan grande que cada que se movía, le pegaba a la bolsa con agua que tenían colgada para evitar las moscas. Me senté y un minuto más tarde, llegó una señora que se veía muy enojada con un plato enorme, repleto de una sopita humeante que suplicaba ser consumida. Le pedí un unos limones y la muy mezquina me trajo un octavo de limón. Lo exprimí hasta que estuve seguro que no quedaba ni una gota más de jugo, le puse un poco de cebolla picada y mucho chile en polvo que estaba en un molcajete de plástico y empecé a salivar. Le dí un par de vueltas con la cuchara y algo flotó. Así es, algo flotó. Con cierto miedo, metí la cuchara y levanté lo que estaba en el fondo. Yo no era un experto en gallinas, pero estaba seguro que podría reconocer una pierna, muslo, pechuga o ala sin problema. Definitivamente lo que estaba frente a mí era desconocido. Llamé a la Doña y al preguntarle qué era lo que tenía el caldo, me dijo “ah, es lo que son la menudencias”, lo dijo con ese vaivén de singulares y plurales. Urgué mentalmente en mi pedido y no encontré la palabra menudencias en él, de hecho, estaba seguro que tenía al menos 10 años, que no decía esa palabra.
La mujer me dijo que como ya no había otras piezas, pues le habían puesto menudencias. Otra vez la pinche iniciativa. Le pedí que me lo cambiara y me dijo que ya todo el caldo estaba mezclado. Maldije mentalmente un par de veces, me levanté y me fui, sin mi sopita, derrotado.
Decidí que era momento de resignarme e ir a la tienda por una Maruchan. Una de camarón con chile piquín sonaba bien.
En mi camino hacia la salida, volví a ver a todos los personajes que se encargaron de negarme mi derecho natural de disfrutar una sopita. Maldije otras dos veces.
Justo antes de salir, noté que el Taquero Rockstar estaba rodeado de 3 chicas, si bien no lo suficientemente atractivas para contender por el título de Señorita Tlalnepantla, no estaban del todo mal. El huey ya estaba lavando la plancha de las tortillas y traía puestos unos lentes que simulaban ser los populares Oakley de los 90s, pero el armazón decía Oakland, detalle que me encantó. Las micas de espejo tornasol, reflejaban los rostros flirteantes de las tres mujeres. Lamenté no tener una cámara conmigo.

Llegué a mi edificio sin la Maruchan porque en la tienda se les habían terminado. Mi suerte estaba por cambiar al encontrarme con mi vecina quien traía dos bolsas de “Gualmar”, como ella le decía, llenas a su máxima capacidad. Era como el Ying-Yang de las compras, pues una estaba llena de sopas Maruchan y la otra de Cocas light. Le pedí que me vendiera una sopita y amablemente me la vendió en 3 pesos. Yo hubiera pagado 20. Me ofrecí a ayudarle y desgraciadamente aceptó. Al llegar a su casa me dijo “en una hora me voy a ver con unos amigos en el bañario que acaban de abrir en Reforma, así dijo “Bañario”. Tuve la estúpida idea de pensar que sería divertido ir y le dije que sólo necesitaba 18 minutos para bañarme y 15 para mi sopita. Ella sonrió y luego de calcular mentalmente me dijo, “te veo en 33 minutos”, le sonreí y me fui a casa a disfrutar mi sopita.

sábado, 28 de agosto de 2010

7. Pepto Bismol shots.


Le sonreí a Triny… o Aby, todavía no sabía quién era quién. Busqué en el cuarto algo que me dijera el nombre, pero no había ni siquiera un diploma del Instituto Fleming que aclarara su identidad. Esto estaba mal, muy mal, pero yo sólo quería una aspirina, tal vez dos.

Me dijo que la medicina estaba detrás del espejo del baño y mi vergüenza y yo salimos del cuarto.

Abrí el gabinete y me topé con lo que parecía un anaquel de farmacias similares. Sólo le faltaba un muñequito del Doctor Simi para estar completo. Pinche Doctor Simi. Luego de leer varias cajas que parecían estar en un alemán ortodoxo, ví una que decía “Ácico acetilsalicílico” y escrito con pluma “Asprinas” así decía “Asprinas”, cómo era lo más cercano a lo que buscaba, tomé un par y regresé la cajita a su lugar.

Al cerrar la gaveta, ví a un huey reflejado en el espejo, yo brinqué por el impacto y tomé un par de segundos para analizar la situación y deduje que nunca antes me había asustado tanto. El muy imbécil estaba sonriendo, como si estuviera orgulloso de su pendejada. “Hola, soy Jeremy” me dijo. Yo no le compré ese nombre y supuse que sería Jeremías y era uno de esos hueyes que creen que sus nombres suenan menos ordinarios cambiándolos de idioma, como Ralph o Claude o Giancarlo. Pinches hueyes.

Elegí unirme al clan y le dije, “hola, soy Chris” y él me preguntó “Chris? o Crisantemo?”, el huey sabía la verdad y tenía que restregármela en la cara. Luego se disculpó por asustarme y le dije que no había problema. Puse las aspirinas en mi boca y me agaché para tomar un poco de agua. Al levantarme, Jeramías ya no estaba ahí. Primero pensé que sus movimientos eran ágiles y silenciosos como los de un ninja o uno de esos agentes del FBI, la KGB o la AFI, bueno, tal vez no la AFI. Luego escuché un periódico cambiando de hoja y lentamente volteé pare encontrarlo sentado, haciendo del baño! "perdón, ya no aguantaba" me dijo el huey, como si eso fuera socialmente suficiente para que yo no le diera importancia. Salí del baño con la agilidad de un agente de la AFI, debido a la resaca, mientras pensaba, “pinche Jeremías”.

Regresé al cuarto y la güera no estaba ahí. La cama estaba mediocremente tendida y mi camisa y pantalón descansaban doblados sobre ella como diciendo, es hora de ir a casa.

Me puse la camisa y el pantalón, y luego de no encontrar uno de mis calcetines, mis Chucks. Cuando estaba amarrando el segundo, la güera entró y al ver que me faltaba un calcetín me dijo “estuvo de fábula el reven”, así dijo “de fábula”, yo seguramente puse mi cara de “no tengo ni idea de qué pasó” pero intenté hacerme pendejo y le dije “sí, estuvo bueno” y luego me entregué al preguntarle “no viste mi otro calcetín?” La güera instantáneamente supo que yo sabía menos de la noche anterior que el Peje de política, e inició su relato.

Me dijo que el calcetín lo había perdido en una apuesta que hice con El Brayan, de ver quién se tomaba más shots de Pepto Bismol, lo cual explicaba la lengua azul-morada. Yo no supe qué era más perturbador, si haber apostado un calcetín? o la Pepto-apuesta en sí. De cualquier forma, El Brayan había Ganado con 8. Pinche Brayan.

Luego me dijo que la playera de mamado era de La Jenny y que me la había prestado para que se viera la axila que me había rasurado. Le pedí que interrumpiera el relato por un momento y me pregunté “¿la axila que me había rasurado?” Me quite la camisa, levanté los brazos, me miré en el espejo y sí, efectivamente mi axila izquierda lucía como el Maestro Limpio. No es que fuera yo un tapete andante, pero parte de la escasa evidencia de mi pubertad, se había ido.

La apuesta había sido un doble o nada contra El Brayan, lo cual significaba más Pepto. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y un un retortijón dejó claro que mi estomágo no estaba contento conmigo.

Al ver la firma en la camiseta, la güera me dijo que Laura León había estado en la fiesta porque es madrina de bautizo de La Jenny. Al parecer, La Tesorito y yo la pegamos durísimo y nos hicimos casi hermanos. Así que firmó mi playera y me regaló un anillo como símbolo de una amistad que no tendría fin. Yo estaba seguro que no volvería a verla jamás.

Finalmente me dijo que yo le había dado a La Tesorito un billete de 50 dólares diciéndole, “tenga Laurita, cómprese algo bonito.” Los 50 morlacos y los 10 varitos argentinos, se los había ganado a un huey que le decían “El Che” a petición propia. Ese personaje se sentía argentino luego de pasar un verano en Bariloche. Pinche Che. La apuesta había sido ver quién tomaba más tequila y yo había ganado. Aparentemente gracias a que el Pepto, había generado una capa protectora en mi estómago.

No supe por qué terminé con la güera, en lugar de la morena pero supuse que sería poco gentil preguntar, además, la güera me caía bien. Al menos hasta que me dijo “ me la pasé padrísimo, me caes re bien por pendejo” así me dijo la huey. Sólo le sonreí hipócritamente y recordé que era sábado de mercado y que quedaba poco tiempo para lograr comprar una sopita.

Me despedí y ella como que me quizo arreglar el cabello pero terminó dándome un zape. Los dos nos reímos, y salí mientras pensaba, “pinche Aby… o Triny.”

sábado, 24 de julio de 2010

6. La amiga de la morena me caía bien.


Corrí hasta llegar a casa. La emergencia no era la fiesta, sino la cerveza haciendo sufrir sutilmente a mi vejiga. Cada que veía a alguien regando el pasto, la popular fuente del niño orinando, o un anuncio de Interceramic, me reprochaba por no haber entrado al baño. Recordé un viejo dicho que decía “quien vaya al DF y no orine en un Sanborns, no fue al DF”.

Maldije al cinturón, maldije al primer, al segundo y al tercer botón, luego, bueno…

Me probé la camisa de rayas, la de rayitas y la de rayotas. Intenté con la de cuadros y luego con la azul chiclamino que me regaló mi tía un mes después de mi cumpleaños. Al final, recordé que la fiesta era en casa de la Jenny, y elegí una camisa negra.

Al llegar a la casa, toqué la puerta y La Jenny abrió, vestida como Lady Gaga. Hurgué mentalemente y no encontré la palabra disfraces en el mensaje de texto. Todo tuvo sentido al ver a su novio, a quien describiría como el hijo que Hugh Hefner, tendría con Amy Winehouse, no sé por qué, pero eso vino a mi mente.

Como no sentí ganas de sonreir, les pelé los dientes y entré. Imaginé que sería el tipo de fiesta en la que en algún punto, vería a Marylin Manson, cargando a la gallina de los huevos de oro. Analicé la zona y afortunadamente, el resto de la población lucía, hasta donde la palabra lo permite, “normal”.

Me preparé mentalmente para la primera fase de la fiesta, la de reconocimiento. Avancé un poco, sonriendo y haciendo la cara de pendejos que hacemos cuando no conocemos a nadie y que pensamos que nos vuelve amigables. Luego me encontré a mi amigo Ramiro, quien siempre había dicho que su nombre era muy original, hasta que supo que uno de los hueyes de Bronco se llamaba así y empezó a decir que era de naco. Ramiro me caía bien.

Fuimos a la cocina a servirnos una cuba. Al llegar ví que El Brayan, hermano de La Jenny, estaba ahí. Sus jeans baggy, sus flip flops Quick Silver, su playera Ed Hardy que parecía ser de su hermanito y su gorra Von Dutch sobre su cabello inmerso en una espesa capa de gel me irritaban. El Brayan me caía mal.

Luego pensé que era su casa y le sonreí levantando la mano. Él me hizo una especie de saludo militar que lo hizo lucir aún más estúpido. Escuché lo que estaba platicando con dos hueyes y casi me dio una embolia cuando lo oí decirles “yo lo que quiero, es la Aifon” juro que así dijo “La Aifon”.

Ramiro notó mi cara de estreñido y se apuró con el proceso hielo, ron, soda, coca. Luego con toda la clase del mundo, agarró un puño de cacahuates y salió de la cocina. Yo agarré un Sabritón y lo seguí.

Cuando llegamos a la sala, ví a la novia de Ramiro, Cristal. Ella decía que su nombre también era muy original, pero Ramiro y yo decíamos que era de teibolera. Ella se levantó y me saludó, según yo, ya medio entrada en copas. Cristal me caía bien.

Junto a ella, estaba un tipo, pegándole a la mesita como si fuera un bongo. Junto a él, había un Red Bull, pensé que sería su sexto. Luego estaban dos chicas, una guapa y otra no tanto, Cristal me presentó, “Triny, Aby, él es mi amigo Crisantemo” y añadió “es soltero”. A mí me dio mucho gusto escuchar su estúpido comentario. Luego el tipo que le pegaba a la mesa me distrajo cuando dijo “ah, qué chido nombre”, luego me preguntó medio temblando “¿no quieres un Res Bull?” así dijo “Res Bull”, le dije que no y volví mi atención hacia Triny. O Aby, realmente no supe quién era quién, a mí me había gustado la morena.

Me senté entre ella y el tipo ese que se veía que estaba como a 10 minutos de sufrir un ataque de ansiedad. Él empezó a mover la pierna como si estuviera operando una de esas máquinas de coser que se tiene que pedalear. Cinco minutos después, me cambié de lugar.

Tres horas más tarde, me descubrí platicando con la morena deshinibidamente. Tal vez demasiado cerca, porque ya se hacía evidente que antes de venir a la fiesta, se había comido unos tacos al pastor y al menos, media orden de cebollitas. Fue entonces cuando supe que ya estaba en la segunda fase de la fiesta. Esta fase me gustaba, casi siempre.

Platicamos sobre el derrame de petróleo en el Golfo; luego sobre una película que estaba en el cine; hablamos sobre música y me dijo que se dedicaba a... la verdad no me acordaba bien, pero era algo en una oficina.

Cuando estabamos empezando a platicar sobre algo de Avon o Tupperware, no recuerdo, la amiga de la morena se acercó con unos caballitos llenos de un tequila que olía como acetona. Brindamos y nos los tomamos. Entonces me dijo que me parecía a un amigo suyo que se llamaba, Jorge o Javier o algo así.

Luego noté que platicábamos sobre política y religión y descubrí que la fase tres estaba empezando. La amiga dijo una broma que mi hizo reír muchísimo. Sólo me acuerdo que las palabras “Peje”, “pendejo” y “anfetamina” estaban en repetidas ocasiones. La amiga de la morena me caía bien.

Luego, nos tomamos otro caballito de acetona reposado. De pronto desperté en una cama que jamás había visto en mi vida, con un dolor de cabeza igual de desconocido. Fui al baño y me lavé la cara, bueno, me eché agua. Me enjuagué la boca y noté que tenía la lengua azul. Traía una playera blanca con algo escrito, decía “Para mi amigo Crisantemo. Eres un Tesoro. L.L.” Busqué en mi bolsillo y encontré un billete que decía “Banco Central de la República Argentina”, era de 10.

Revisé mi cartera y me alivié al ver que mis dos tarjetas estaban ahí, sin ningún voucher de “EL CHANGUITO PIDIENDO PAN Men’s Club” o algo así. Luego me aterrorizó una imagen, traía un anillo puesto. Decidí que era tiempo de pedir respuestas y aspirinas. Salí del baño para preguntarle a la morena que había pasado, pero al levantar la cobija, era la güera quien estaba dormida. Descubrí que la fase tres había sido brutal y atacado súbitamente, me senté en la orilla de la cama y maldije poquito.

Moví la cama para despertarla y cuando lo logré me dijo “Buenos días Cuchimino”, así dijo. El dolor de cabeza se hizo más agudo y sólo pude pensar en un Res Bull.

viernes, 9 de julio de 2010

5. El freak, el geek, la doña, la guapa y yo.

Conforme avanzaba hacia las revistas, la horrible melodía de Maná se iba desvaneciendo, pero la enorme gama de aromas que generaba el área de perfumería, volvía el lugar igual de desagradable. “Yves Saint Laurent Pour Homme?” me preguntó uno de los empleados, en un francés tan mediocre que lo hizo sonar como alemán. “No gracias” le contesté. Entonces él, con su impecable calidad de servicio me dijo “es gratis”. Eso me dio mucha alegría, porque yo pensaba que tendría que pagar unos cuantos pesos por dejarlo rociarme con su melosa escencia. Le dije “ya sé”, y seguí mi camino.
Al llegar a mi área destino, escaneé las diversas opciones y por alguna razón, las revistas de cocina fueron las que llamaron mi atención. Tal vez tenía hambre y tuve la torpe idea de que ver fotos de comida calmarían mi apetito. Tomé una llamada “Cocinero feliz”, no porque sintiera que era la más varonil, sino porque leí en la portada, “Haga sus propios gnocci”, yo siempre había querido aprender a hacerlos, así que encontre el artículo invitador.
Abrí la revista y encontré unas 20 páginas de publicidad en las que pastillas para adelgazar y Slim Center me parecieron una burla en una revista de cocina. Finalmente llegé al índice y encontré el artículo deseado. Mientras buscaba la página, levanté la vista un par de veces y me encontré con una segregación tan marcada, que tuve que analizar a fondo.
Primero, estaba un tipo medio gordo leyendo Maxim o una de esas revistas que gritan “SEXO” en la portada. Lucía nervioso, como adolescente viendo su primera revista porno, incluso sudaba un poco y volteaba a ver hacia todos lados como si su mamá anduviera cerca. Luego regresaba a la revista y como que pelaba los dientes cada que cambiaba de página. La escena era tan incómoda como perturbadora.
Luego estaba un ñoño tan flaco y alto, que se movía como nardo con el viento. Él estaba viendo una revista de tecnología que no alcancé a ver el nombre, pero seguro era algo como “Modern geek”. Este tipo estaba haciendo exactamente lo mismo que el gordo pervertido, pero en lugar de la combinación pierna-pompa-chichi, lo hacía con gadget-compu-Xbox.
Junto al geek había una doña, leyendo algo en “Vanidades” que seguramente encajaba perfectamente con su realidad porque cada 2 segundos, asentía y sonreía, dejando ver una gran mancha de lapiz labial barato en sus dientes.
Al final estaba una chica muy guapa pero igual o más flaca que el geek. Estaba tan flaca, que estuve tentado a darle mi revista para ver si le daba hambre. Ella leía “Cosmopolitan” era una “chica Cosmo”. Medio me asomé para ver lo que leía y supuse que era un test porque había varias preguntas con opción múltiple y como que tomaba notas en un teléfono tan grande, que apenas le cabía en la mano. Siempre había creído que esos tests eran tan ridículos como los horóscopos pero luego recordé que tal vez pensaba eso ya que los Leo, solemos ser arrogantes.
Así que ahí estábamos, el freak, el geek, la doña, la guapa y yo, tomando cultura por la que elegimos no pagar. Se me anojaba una escena fascinante. Miré alrededor como el freak, me emocioné al encontrar la receta como el geek al ver el nuevo iPhone, asentí sonriendo como la doña y me preparé para tomar nota como la guapa, pero en lugar de usar mi teléfono, saqué un papelito y una pluma.
Escribí “Gnocci” y una sombra cubrió mi papelito avisándome que alguien estaba frente a mí. Al levantar la vista, me topé con un policía. Su uniforme lucía impecable pero evidentemente ajustado. Lo miré de frente y sonreí, él, más serio que el cáncer me miró y luego volteó a ver la revista, el papelito y la pluma. Me dijo “es mi deber hacerlo sabedor que está prohibido tomar nota de las revistas”. Me encantó el swing que le daba la palabra "sabedor" a su observación.
Le mostré la más hipócrita de mis sonrisas, cerré la revista y fui hacia donde había un hombrecillo con un saco que fluctuaba entre el del Tío Gamboín y los hueyes esos que vendían afores en Santander. Miré hacia atrás y el guardia me seguía con la vista así que tuve que abordar al hombre-afore.
Le pregunté si tenía el nuevo número de Kalimán, él lo pensó un momento y luego me dijo, “no, pero tenemos la nueva Rolin Estón” así dijo “Rolin Estón”. A mí me sorprendió tanto su respuesta, que tuve que analizar un momento si había alguna relación entre mi pregunta y lo que me contestó o si simplemente era una respuesta estúpida. Cinco seguntos más tarde concluí, era estúpida.<
Le dí las gracias y me fui hacia el otro lado de la tienda. El guardia ahora coqueteaba con la guapa, ella sólo miraba los botones del uniforme como temiendo que en cualquier momento, uno la golpearía.
Me metí como E.T. entre los peluches y continué anotando la receta. Alguien se aclaró la garganta, haciéndome voltear para encontrarme de nuevo al guardia quien ahora tenía la mano extendida, invitándome a entregarle la revista. Le pregunté “quién es usted, el guardián de las revistas?”, y él me mostró orgulloso su placa que decía “Guardián. Libros y revistas”. Le entregué la revista y rumbo a la salida recibí un mensaje de texto que decía “fiesta en casa de La Jenny” así lo escribieron, “La Jenny”. Unas cubitas me parecieron buena idea, revisé la hora y pensé que era tiempo de ir a casa a cambiarme para el chancloteo.

viernes, 18 de junio de 2010

4. Karaoke Fun Plus 5000K HD


Luego de caminar tres calles y no encontrar el Sanborns, decidí preguntar. Por un momento pensé que no había ninguno cerca porque todos reaccionaban como si les estuviera preguntando dónde estaba el “glköjflñsjñ”. Finalmente un hombre a quien le iba a comprar un vaso con fruta hasta que me dijo el precio, me indicó que era hacia el otro lado.
Miré la hora. El segundo tiempo había empezado, así que apresuré el paso y sólo me detuve un instante en el Taiger Bar ese a decirle al cadenero lo que pensaba de él y sus indicaciones. Caminé dos calles, nada. Pregunté y me dijeron, “está a dos calles”, caminé dos calles más y repetí la operación. Era como estar viviendo un déjà vu sin fin.
Cuando logré encontrar el lugar, me dio risa ver que las dos últimas letras del letrero se habían caído, por lo que el cadenero había dicho el nombre correctamente. Entré de prisa y mientras buscaba el área de electrónicos, ví la zona de revistas y pensé que al terminar el partido, hojearía un par de ellas.
Llegar a electrónicos y ver todas las opciones de pantallas que había a mi disposición fue el paraíso, ver que iban en el minuto 33, el infierno. Estuve tentado a maldecir, pero elegí disfrutar de los últimos minutos. Seguían cero a cero.
Por ahí del minuto 38, mi nariz distrajo mi mente del partido. Algo olía muy, muy mal. Miré alrededor con mi cara de “algo huele muy, muy mal” y me encontré a mi izquierda a una señora con un vaso de unicel, del que asomaban, como saludando, un par de manitas de pollo. Volví mi vista hacia el partido, pero las estúpidas manitas de pollo, en toda su amarillez, volvían imposible el hecho de no voltear a verlas. Su presencia me generaba asco y fascinación, en igual proporción.
De pronto, el equipo de todos metió un gol, no lo ví, pero lo supe porque la doña gritó y brincó de tal forma, que una de las manitas quedó sobre uno de mis Converse que acaba casi de comprar. No supe si eso, o no ver el gol, me dio más coraje.
Noté que como que de la emoción, la señora me quería abrazar y me hice pendejo, como que estaba viendo un disco. Ella debió pensar una de dos, o bien que yo era muy raro, o que era claro que me estaba haciendo pendejo porque el disco era de Tatiana.
Regresé el disco a su lugar y miré de nuevo el reloj, quedaban 5 minutos. Sutílmente, me moví un par de pasos a la derecha y me crucé de brazos, para que la doña viera que era en serio. Al minuto 42, un ruido muy fuerte nos hizo brincar y luego voltear a la doña y a mí como si fuera una coreografía del programa de corte juvenil “A todo dar”. Era un empleado, que había elegido el peor de los momentos para hacer una demostración del nuevo "Karaoke Fun Plus 5000K HD", así decía la caja.<
El hombre empezó a cantar una de José José de manera desastroza. Era casi tan desagradable como estar escuchando a Bon Jovi cantar “Bed of roses” en español, que por cierto, siempre pensé que se escuchaba como “Canoa de Rusas”.
Miré el cronómetro que marcaba el minuto 43, miré al hombre cantor. Miré de nuevo al partido y elegí quedarme hasta el final. La pizarra marcaba que agregarían un par de minutos más, pero el Hombre-Karaoke empezó con su actitud de empleado del grupo Anderson’s, queriendo jalar a la gente al ambiente y me preguntó mi nombre. Luego de la reacción del cantinero, yo no pensaba decirle que me llamaba Crisantemo, así que pensé en algo que me hizo sonreir, “Margarito” le dije. Como que le dio pena ajena y mejor empezó a cantar una de Maná, cosa que incivilizadamente, me hizo partir rumbo a las revistas.

viernes, 11 de junio de 2010

3. Taiger Sports Bar


Miré mi reloj, quien me dijo que la posibilidad de que llegara tarde a mi entrevista, era latente. Corrí a la salida pero al llegar, me encontré con una fila. Tomé la estúpida decisión de formarme sin saber de qué se trataba. Al avanzar un poco, ví que había un policía, tal vez el más imbécil que he visto en mi vida, revisando a la gente con su detector de metales. Imagino que pensaba que era de vital importancia asegurarse de que nadie sacara armas del metro.
Luego de mi revisión, salí y al hacerlo, escuché un mensaje de texto llegando a mi celular. Lo leí y básicamente decía que mi entrevista se había pasado al lunes. Maldije primero, pero luego recordé que el partido que tanto había esperado estaba por comenzar y ahora tenía la oportunidad de verlo. 
Miré hacia todos lados como turista extraviado, hasta que al fondo, logré ver un letrero que decía “Taiger Sports Bar”. <
Al llegar a la entrada, un hombre como de 2 metros me detuvo y me dijo que había un cover de 50 pesos. Le pregunté que si estaban pasando el partido y me miró como si le hubiera preguntado si vendían cerveza. Me dijo que sí, pagué mis 50 pesos y entré. 
El lugar era pequeño y sombrío. Lo analicé y descubrí que de Sports Bar, solo tenía una playera de Jorge Campos en un cuadro que todavía decía “SportTortas”, un par de raquetas de madera colgadas y personal que usaba calzado deportivo. 
Me senté en la barra y me encontré con la televisión más pequeña del mundo pero pensé que era demasiado tarde para buscar otro lugar. El cantinero se acercó y me dijo “ya están en el Hino”, así dijo “Hino” y luego me preguntó si quería una cubeta o una caguama. Aún no sé por qué, pero de alguna forma me pareció que la Caguama tenía un poco más de clase. También pedí un vaso para conservar un dieciséisavo de mi dignidad.
Luego de un vaso de cerveza y 5 minutos de partido, descubrí que era como estar viendo el partido en medio de los mejores técnicos del mundo, quienes tristemente, tenían menos optimismo que un vendedor de abrigos en la playa.
Todos gritaban indicaciones “Fíltrala, fíltrala!”, otro que chiflaba cada vez que pronunciaba una “eSe”, decía “necesitan poner un 4-3-3 con 2 un punta y 2 un poco retrasados para apoyar la contensión”; uno más, sin importar quién la tuviera o dónde, gritaba “Tira! Tira!”; pero el mejor de todos, era un teporochito que estaba en un rincón y quien seguramente el ultimo partido que había visto fue uno de la Era de Mejía Barón porque gritaba “Metan a Hugo, metan a Hugo!”. 
En el minuto 40, el ambiente ya era insoportable. Me serví el ultimo trago de mi cerveza y el cantinero me preguntó “otra?”, yo le pedí un minuto para pensarlo. De pronto, un hombre llegó a la barra y se sentó tan cerca de mí, que sólo nos faltaba compartir la camisa para ser siameses. Esto fue el indicador de que era tiempo de partir.
Al darle mi tarjeta de crédito al cantinero, la analizó minuciosamente, sonrió y volteó a verme “le cae que se llama Crisantemo joven?” preguntó. Todos olvidaron el partido y voltearon a verme. Yo lo odié un poco, sólo un poco, le sonreí asintiendo y todo quedó ahí.
Al salir, le pregunté al hombre de la entrada si había otro lugar cerca para ver el partido porque la tele estaba muy chiquita. Él sabía que era verdad y en un gesto de camaradería, me dijo “sí joven, hay un Sanbor a dos calles y ahí seguro lo están pasando” así dijo, “Sanbor”. Yo no entendí al principio pero luego de un momento pensé que se refería a un Sanborns. Le agradecí e inicié mi camino. 

jueves, 3 de junio de 2010

2. Congeladas motorizadas.


Al cerrarse las puertas, miré alrededor apenado por lo sucedido y encontré a la señora frente a mí pesignándose. Le mostré mi sonrisa de “lo siento Doña”. Ella sonrió de vuelta y me dijo “Yo estoy de acuerdo con usté joven Margarito”, la corregí, “Crisantemo”, y ella sólo dijo “eso”.
Continué leyendo al legendario Kalimán y una de sus líneas me hizo reir y me devolvió el buen humor. Disfruté el último bocado de mi Bonáis, enrollé la envoltura y la metí en mi bolsillo para tirarla en la basura más tarde. La Doña se dio cuenta de esto y su curiosidad la hizo preguntarme “a poco las coletsiona joven?”, yo la miré sin dar crédito a su pregunta, con la misma expresión de cuando Doña Lencha intentó convencerme de que el Peje no es un pendejo. 
Titubié por un momento y entonces pensé en algo. Le dije que acababa de empezar una promoción en la que si registras el código de la envoltura, te puedes ganar un carro con forma de congelada, “ya sabe, como el de Oscar Mayer que era un jochote, pero de congelada”, le dije. 
Ella me miraba muy atenta y yo seguí explicándole que mi amiga Lola me dijo que en Australia, hacen carreras de congeladas motorizadas y que corren rapidísimo pero como son larguitas, se tienen que abrir mucho para dar las vueltas. Para entonces, ella me miraba con cara de muñeca inflable y dos gueyes que iban parados me miraban incrédulos, como si estuviera intentando convencer a la Doña de que no era cierto que Ricky Martin es gay. 
La Doña finalmente reaccionó y le dijo a su hija “ándale mija, recoge la envoltura de la Bonáis” así dijo “la Bonáis” y la niña rápidamente brincó y se metió bajo el siento estirándose a su máxima capacidad, incluso despertando a un hombre que iba dormido y que pataleó asustado como si estuvieran a punto de violarlo. La niña finalemte emergió de bajo el asiento, levantando la envoltura en todo lo alto, como su gran trofeo.
La Doña le arrebató la envoltura y celosamente la metió en su bolso. Los dos tipos cuchicheaban entre ellos y me miraban.Al llegar a la estación, la Doña tomo sus cosas y a su hija y me sonrió. Salieron del vagón y antes de que se cerraran las puertas, miré que le señaló algo en la orilla y la niña se agachó para recoger una envoltura de Bonáis que yacía en el piso. La Doña y su sueño de ser poseedora de una congelada motorizada me conmovieron. Me sentí mal por un instante, sólo un pequeño instante.
Al cerrarse las puertas, devolví mi atención al vagón y note que los gueyes esos habían tomado los lugares de la Doña y la niña y que ambos me miraban de forma reprobatoria. Sabía que tendría que soportar su mirada incisiva hasta la siguiente estación donde yo bajaba. Yo tenía muchas ganas de citar al Papá Pirata y decirles “les vale verg@ pendejos” pero opté por la paz y regresé a mi Kalimán.

viernes, 21 de mayo de 2010

1. Los Pitufos humanos.

Disfrutando de un bonito paseo en el aromático y fresco Metro capitalino, observé a un hombrecillo caminado torpemente, mientras intentaba ponerle PLAY al mini DVD player que cargaba en su mochila. Finalmente logró su cometido y entónces hábilmente abrió como abanico unos 6 ó 7 DVDs en un paquetito de celofán. En la portada se leía "Avatar", pero el hombre gritaba “se va llevar el DiViDí de su película "Avatárr”, así gritaba “Avatárr” y luego vino lo que me hizo el día, el jovenazo añadió a la descripción de su producto “Diez peso le vale, la versión de cine de los Pitufos humanos”, yo estuve a punto de ahogarme con el Bonáis que le había comprado al vendedor anterior. Luego pensé que estaba juzgando de más al hombrecillo, pues tal vez tenía dos trabajos, distribuidor de cine de día y chichifo en el Cine Teresa de noche, y que tal vez por eso, no tuvo tiempo de analizar a fondo su producto e intuyó que Zoe Zaldana interpretaba a la polígama Pitufina. Así que elegí regresar a la lectura de mi gustada historieta Kalimán.
Cuando llegó a la altura de donde yo estaba sentado, el hombre que estaba a mi lado le pidió uno y le pagó con toda la morralla del mundo. El hombre empezó a analizar orgulloso su compra y el pequeño niño que lo acompañaba le preguntó “oye Pá, qué no dicen en la tele que no hay que comprar desas películas?”, el hombre titubeó un segundo y le contestó “no mijo, esas son las que venden en Tepito, éstas no hay tos” el pequeño de unos 7 años, le compró la gran mentira y tomó el DVD para verlo.
Yo sabía que la película ya había generado más de 2mil millones de dólares, pero soy de la idea que quien se atreva a invertir 500 millones sin saber si funcionará, merece ganar varias veces lo que arriesgó.
Así que no pude contenerme y le dije al hombre “disculpe Señor, me llamo Crisantemo y perdón que ande de metiche, pero el niño tiene razón. Toda la piratería es mala, yo tengo amigos que trabajaban en cine o en disqueras y han perdido su trabajo porque la piratería está matando la industria.”
El hombre me miró muy serio. Un pequeño destello de reflexión que encontré en sus ojos, me dio esperanza. El hombre asintió frunciendo el ceño y la boca y finalmente, al llegar a la siguiente estación, tomó a su hijo de la mano, se puso de pie y justo antes de salir del vagón me miró a los ojos y me dijo muy serio “te vale verg@ pendejo” y salió del vagón.
Ví que mientras se alejaba, volteó una vez más y alcancé a escuchar al pequeño preguntarle “oye Pá? Qués verg@?”.